25 de octubre

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Llegué bien de tiempo y me situé en la puerta de la estación de S-Bahn, dispuesta a identificar y ser identificada. En el mismo vestíbulo, junto a las mesas altas de un puesto de panadería, había tres chicos de edades parecidas a la mía y de aspecto turco. Según observé, se dedicaban a recoger los billetes usados pero aún válidos que les cedían los viajeros al salir. Luego los revendían por un euro a quienes se acercaban a la máquina expendedora. Uno de los chicos estaba especializado en conseguir los billetes (pidiéndolos en voz alta a cada oleada de gente), y otro ejercía de vendedor. Cuando alguien se interesaba por su oferta, él les preguntaba por la dirección en la que querían viajar, puesto que está prohibido utilizar una mismo billete para ir y volver, aunque sea dentro de las dos horas de vigencia. En alguna ocasión se le agotaron unos u otros billetes. Y supuse que los iba vendiendo en orden cronológico para que el comprador pudiera beneficiarse de más tiempo. Algunos compradores habituales se acercaban directamente a los chicos, sin hacer caso de las máquinas, e incluso en ocasiones les saludaban con familiaridad. Otros clientes tenían que ser "reclutados" de la cola. Por supuesto, también había mucha gente que ni siquiera respondía a las preguntas del chico, o que le contestaban escuetamente con una negativa y seguían a lo suyo. O bien le decían que necesitaban una "Tageskarte" (tarjeta para todo el día), y que por tanto no les interesaba un billete sencillo. En cuanto a los "donantes", algunos también actuaban espontáneamente, mientras que otros parecían responder a la llamada. El tercer chico no parecía cumplir ningún papel: se limitaba a permanecer apoyado en un rincón, muy cerca de la puerta donde habían colgado una bolsa de plástico con bocadillos de la que iban comiendo de vez en cuando.
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