7 de septiembre

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Después de recorrer, algo perdida, una zona ajardinada donde se alternaban las casitas con pequeños bloques de pisos, en torno a la estación de Marienfelde, llegué a un campus que tenía aspecto de estar aún en construcción. Como siempre, la consiguiente sensación de soledad y de calma en torno a los edificios universitarios. En cualquier situación, en cualquiera de las ciudades que he visitado en mi vida, también en Barcelona, la universidad me da una sensación de oasis, de un lugar donde se valoran cosas que yo valoro, y donde la vida, en apariencia, es un poco más fácil: hay servicios, restaurantes, jardines... y bibliotecas. Precisamente esa sensación tenía yo ayer: me dirigía a un sitio, a una actividad, que iba a resultarme agradablemente familiar... Las sensaciones agradables se hicieron esperar un poco, porque no acerté a la primera con la biblioteca correcta. Pero, por fin, lo logré: el trabajo de Gerometta estaba en mis manos, con la condición de que no se podía sacar en préstamo...
Me lo llevé a una mesa vacía, y allí estuve leyendo a ritmo de tortuga, diccionario en ristre, durante las siguientes seir horas. Sólo, de vez en cuando, un vistazo a mi alrededor para constatar, por ejemplo, que los estudiantes alemanes no respetan el pacto de silencio en las bibliotecas. Claro que, con tan poca densidad de población, las molestias eran mínimas.

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