15 de octubre

El sábado repetí el ritual de los sábados: Schoko-Vanille Hörnchen ("cuernecito" de chocolate y vainilla) en la Bäckerei (panadería), y la mañana escribiendo al sol en la Traveplatz. La temperatura, eso seguro, había bajado mucho, pero todavía nos quedaba un solecito agradable... Me instalé en una de las dos mesas cuando la plaza estaba aún vacía... Y, poco a poco, se fue llenando de gente: un padre y una niña desayunando en la otra mesa, los habituales de los bancos al sol, alguna madre con bebé en los de enfrente... Luego apareció un chico y, sin mediar palabra, se sentó en mi mesa a estudiar. Primero pensé que tal vez fuera erasmus o algo semejante: llevaba un diccionario alemán-inglés. Pero enseguida vi las pegatinas de su archivador, que más bien revelaban su condición de "autóctono", quizá de Dresden. El chico se volvía repetidamente hacia una fuente de ruido no identificable desde allí. Tras un buen rato y algún intercambio de palabras ("Gesundheit" cuando estornudé y "Danke" cuando le recuperé un papel que había volado), me comentó que había venido aquí buscando silencio, y que aquel ruido era un fastidio. Lo cierto es que me sorprendió: el ruido en cuestión no me estaba desconcentrando ni pizca. ¿Tendría el umbral de la sensibilidad más alto que él? En cualquier caso, qué exagerado. ¡Tampoco se puede pedir que en una plaza pública haya el mismo ambiente de trabajo que en una biblioteca!
(...)

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