clausura de las Jornades Doctorials

Transcribo aquí abajo el parlamento de un becario que pidió la palabra durante la Jornada de Cloenda de las JJDD y que se atrevió a decir lo que muchos pensábamos.

Conviene contextualizar la intervención acertadísima de este chico. Aprovechó in extremis el "coloquio" abierto tras las siguientes conferencias:


11.00 - Presentació de les ponències per la Sra. Iolanda Font de Rubinat,
sotsdirectora general de Recerca del DIUE.
. «Valorització de la recerca i foment de l’impuls emprenedor en R+D+i» a càrrec del Dr. Antonio Parente, director de LIPOTEC, S.A.
. «De la universitat a l’empresa» a càrrec de la Dra. Antònia Martí, creadora i assessora científica de la spin-off THERA.

Como se advierte en títulos tan prometedores, llevábamos un buen rato sentados en el Paranimf y escuchando (o haciendo como que escuchábamos) más de lo mismo: dos doctores que han tenido éxito empresarial y venían a contarnos su experiencia salpicada de anglicismos. Así que, por clamor popular y gracias a la iniciativa de este becario, el coloquio versó sobre otros temas más urgentes:


Som a última hora, abans que ens donin els diplomes, però algú havia de
fer un comentari […].


Francament, de la mateixa manera que durant aquestes quatre jornades, també amb les dues ponències d’avui, a mi personalment em sembla que em parlin en xinès. Estic fent recerca sobre un pensador del s.IV que es diu Agustí d’Hipona i veig una mica complicat que cap empresa li interessi mínimament la meva recerca. Això és així, ho assumeixo i no hi ha cap problema. El que passa és que, durant els quatre dies de les jornades i avui un pot acabar pensant que no, que la seva recerca potser és útil per sortir al món empresarial, etc. Però la meva recerca continua sent inútil des del punt de vista comercial. Crec que és bo que sigui així. I aquest em sembla que no és només el meu cas. És el cas de molts dels companys que son aquí, especialment si venen de la branca d’Humanitats. I perquè precisament sabem molt bé on som, combinem el doctorat amb altres activitats [...]. Perquè si aquestes Jornades Doctorials ens han d’ajudar a entendre qui som... Si per exemple fent el projecte d’innovació que vam fer a les jornades havíem
d’aprendre a innovar, és com jugar al Monopoly per fer gestió immobiliària [...].


Potser un comentari més general que valdria la pena i que ens afecta a tots, encara que a última hora: el rei va nu absolutament, el rei va nu. Tots els que som aquí, i els qui hem assistit a les quatre jornades, hem vingut estrictament per coacció laboral. I això em sembla que s’havia de dir.


[aplaudiments]


És que sinó podria semblar que som aquí per voluntat pròpia, i no sé si hi ha algú que hi sigui per voluntat pròpia, però a nosaltres se’ns ha dit, o veniu a les jornades, i veniu a aquest acte de clausura, o no us renovem el contracte l’any vinent. Per tant, la immensa majoria hi som obligats i coaccionats. Em sembla que no és manera de tractar joves investigadors obligar-los a assistir per coacció laboral a unes jornades, com si tinguessin setze anys i anessin de colònies, sinó que això hauria de ser absolutament voluntari.


Per tant, una petició molt concreta: aquest hauria de ser l’última edició de les doctorials que és obligatòria. Qui hi vulgui anar, està molt bé, tothom té els seus interessos, ja se sap, però que sigui obligatori... Estem parlant de quatre dies i tres nits durant les quals no et pots moure de Collbató. El meu contracte laboral [no ho contempla]. La segona opció, associada a la primera, si les jornades son voluntàries, els 1100 euros que els hi ha costat per cadascun dels assistents a les jornades, que no és poca cosa, seria un detall que ens els deixessin gestionar a nosaltres.


[aplaudiments]



Después de la intervención del becario hubo dos o tres más en la misma línea, y la Sra. Font de Rubinat iba tirando balones fuera, pasando la palabra a los ponentes o simplemente negando una contestación. Pero, en vista de que la situación se le escapaba de las manos, optó por clausurar el acto, apresuradamente y antes de la hora prevista, con la excusa de que no se estaba aprovechando el turno de palabra para su finalidad original, formular preguntas a los ponentes.
Así que pasamos a la entrega de premios (a los mejores pósters y al mejor "proyecto innovador"), oficiada por uno de los organizadores de las Jornadas, el profesor de la Facultad de Química Pere L. Cabot. Para terminar, el rector Màrius Rubiralta le leyó la cartilla al más vehemente de los becarios y luego pasó a hablarnos largo y tendido sobre la globalización, en una pirueta retórica que no logré interpretar. Aún intervinieron dos personas del Departament d’Innovació, Universitats i Empresa y de la Direcció General de Recerca para decirnos que se tendrán en cuenta las propuestas de mejora.



Finalmente nos dejaron salir al pasillo en busca de los diplomas de asistencia que, ahora sí, nos acreditan como merecedores del cuarto año de beca-contrato. Los diplomas, irónicamente, iban acompañados de una camiseta con el lema: "La recerca, motor de Catalunya".



"Jornades Doctorials"




En el debate público aparece con frecuencia la preocupación por la situación precaria de la Universidad y de las instituciones públicas de investigación. También es habitual oír hablar de las dificultades con las que tropiezan quienes se proponen desarrollar su vida profesional en estos ámbitos. Normalmente se atribuye estas dificultades a una escasez de recursos que resulta paradójica en los tiempos que corren, cuando la importancia de la investigación está cada vez más presente en la grandilocuencia de los discursos políticos.
Quizá por ello el objeto de este artículo resulte inaudito, casi inverosímil: por una vez, al menos aparentemente, se tira la casa por la ventana en la formación de los investigadores. La Generalitat de Catalunya, por medio de la Agència de Gestió d’Ajuts Universitaris i de Recerca (AGAUR), dedica una importante partida presupuestaria a organizar un evento denominado “Jornades Doctorials. Desenvolupament professional dels doctors i formació en la gestió de l’R+I”. El irritante neologismo “doctorials” indica quiénes son los destinatarios: los becarios predoctorales, en este caso beneficiarios de las ayudas para la formación de investigadores (FI) de la Generalitat de Catalunya. En concreto, los becarios que se encuentran en el tercer año de su trayectoria predoctoral y aspiran a obtener la tercera y última renovación anual. Desde 2005, esta renovación está condicionada a la asistencia a las “Jornades Doctorials”, inspiradas en un antecedente francés (las “Journées Doctorales”), pero con el añadido de la obligatoriedad marcando un evento muy sintomático de los últimos desarrollos que se viven en el mundo universitario.
Desde el establecimiento de la obligatoriedad de las “Jornades” se han venido celebrando tres ediciones cada año con casi un centenar de participantes en cada una. Entre ellos, además de los becarios FI, se cuentan algunos asistentes voluntarios procedentes de otros programas predoctorales. El coste del evento por cada asistente, según la propia AGAUR, es de 1100 euros, una cantidad que merece ser contextualizada: cada una de las doce pagas netas de un becario predoctoral de la Generalitat no alcanza los mil euros (lo que les salva de engrosar, por tanto, la filas del tan traído y llevado “mileurismo”).
Durante cuatro días, el centenar de becarios se aloja a pensión completa en un lugar aislado e inaccesible en transporte público, la “Escuela internacional de Alta Dirección y Administración de empresas de Barcelona”, un complejo privado ubicado al pie de Montserrat. Por las instalaciones, además de los organizadores de las universidades, van pasando representantes de diversos organismos y empresas que participan en las actividades. Las jornadas son maratonianas y no existen períodos de tiempo libre ni la posibilidad de ir a dormir a casa. Naturalmente, las cuarenta horas semanales exigibles a los becarios se completan y se exceden en un tiempo récord, y no existe ninguna disposición especial para los participantes con responsabilidades familiares. Además, se controla la asistencia a todos y cada uno de los actos, ya sea de manera informal en las actividades por pequeños grupos, ya sea mediante el registro de firmas en los actos plenarios. Estos controles de asistencia son una novedad de 2007 que, probablemente, pretende acabar con las conductas resistentes de quienes otros años se quedaban en su habitación.
La justificación de la obligatoriedad de las “Jornades”, repetidamente escuchada de boca de los organizadores cada vez que se hace evidente el descontento entre los asistentes, resulta paternalista e infantilizante. Al parecer, la AGAUR vela por el futuro más que incierto de los becarios predoctorales, quienes, tras estos años asomados al espejismo de la profesión de investigador, corren el peligro de haberse hecho ilusiones respecto a una posible salida laboral relacionada con su vocación. Las “Jornades Doctorials”, en este contexto, han de ser el antídoto, el golpe de realidad que les ayude a ensanchar la mirada y a barajar otras posibilidades. O, mejor dicho, la alternativa que se presenta como única: el prometedor mundo de la empresa. Todos los futuros doctores, incluidos, según se enfatiza, “los de letras”, pueden hacer sus pinitos en el sector privado siempre y cuando sean lo suficientemente flexibles, ambiciosos y creativos como para “inventarse su propio puesto de trabajo” (sic). Ante tan alto cometido, los organizadores no dudan en usar los medios a su alcance para que incluso los más recalcitrantes se dejen guiar. Porque, al fin y al cabo, ¿qué hay de malo en hacer depender de la asistencia a las “Jornades Doctorials” la continuidad de las becas? ¿Qué son cuatro días de encierro en comparación con cuatro años de sopa boba a cargo de la Generalitat? A quienes les surge alguna dificultad para asistir se les advierte de que su sustento durante el próximo año corre peligro y, en todo caso, se les concede una renovación condicionada o veinticuatro horas de gracia para ausentarse (sin que, por supuesto, les sea facilitado un medio de transporte para ir a cumplir con sus otras obligaciones a cuarenta kilómetros de distancia). Incluso en casos extremos, como la muerte de un familiar, continúan las advertencias, obviando que cualquier trabajador tiene derecho a varios días libres en tales circunstancias.
Quien asiste a tantos despropósitos no puede evitar pensar que es en ellos donde se revela la verdadera naturaleza autoritaria e impositiva del evento. Resulta increíble que el factor que legitime la renovación de la beca sea haberse sometido a cuatro días de entrenamiento pseudoempresarial, y no tanto haber desarrollado adecuadamente un proyecto de tesis doctoral durante todo un año. En efecto, cada año se producen denegaciones de renovación justificadas por la no asistencia a las “Jornades Doctorials”. Un riesgo especificado en la convocatoria, y, por tanto, indiscutible, como si los becarios hubieran estado en algún momento en disposición de manifestar su desacuerdo. Algo así como el “lo tomas o lo dejas” de un contrato laboral redactado por el empleador y firmado resignadamente por el empleado que necesita trabajar para vivir.
En la organización del evento participa una larga serie de empresas privadas: los psicólogos que “dinamizan” las actividades en grupo (OPS NEO y los trabajadores autónomos que trabajan para ellos), los organizadores del “outdoor training” (de nuevo sic), quienes regentan el propio alojamiento, etc. A esta lista se vienen a sumar buena parte de los ponentes invitados que representan también a empresas (Laboratorios Esteve, Buenaidea, Advancell, Bioibèrica, Leitat, Michaelpage, Meteosim, Neurosciences Technologies, Polyphonic, Adiciona). También participan agencias e instituciones de carácter estatal o paraestatal, relacionadas con el fomento de la actividad empresarial, como el “Centre d’Innovació i Desenvolupament Empresarial” (CIDEM), la “Fundació Catalana per a la Recerca i la Innovació” y las propias universidades públicas catalanas. El resultado es la escenificación de una especie de complicidad absoluta entre el Estado (en este caso la Generalitat) y los intereses privados.
La mayor parte de los ponentes provienen de disciplinas tecnológicas o biomédicas, proclives a la explotación empresarial de los descubrimientos científicos. La escasez de representantes de las Humanidades y Ciencias Sociales se atribuye a su incapacidad de adaptación a las circunstancias de nuestra “sociedad del conocimiento” basada en la innovación y la iniciativa empresarial, y no se interpreta como lo que es: un síntoma del absoluto desinterés que la actividad mercantil provoca en la mayor parte de estos investigadores. La reivindicación de la investigación no aplicada y del trabajo intelectual no traducible en términos de rentabilidad ni de cuantificación suena extravagante en semejante ambiente. Los becarios que no tienen previsto fundar ninguna empresa y que evitarán en lo posible trabajar en una multinacional asisten con resignación a unas mesas redondas sin ningún interés para ellos, pese a llevar títulos tan sugerentemente exhortativos como “Crea la teva pròpia empresa”, “Ara és el torn de l’empresa”, o “Millora les teves oportunitats laborals gestionant els teus contactes”. Así, el primer día se dedica al futuro inmediato tras la lectura de la tesis, pasando de puntillas sobre la carrera académica llena de altibajos, casi inexistente, que ofrece la Generalitat, y obviando totalmente la opción, en realidad contemplada por muchos, de emigrar al extranjero en busca de vientos más propicios para la investigación. El segundo día se elabora un “proyecto de innovación”, lo que obliga a todo el mundo a inventarse y a presentar ante los demás un producto cuya pertinencia reside únicamente en sus buenas perspectivas de mercado. Los días tercero y cuarto son más de lo mismo: relatos machacones de unos cuantos doctores muy satisfechos de haber abandonado a tiempo la senda sin futuro del sector público y del funcionariado, donde la innovación y la creatividad no son posibles. Los felices emprendedores, erigidos en ciudadanos modelo, proclaman la alegría –y, sobre todo, la libertad- con la que se vuelcan en sus empresas, nacidas, a menudo, en los viveros de las propias universidades públicas. Afirman, además, que, como la inmensa mayoría de los becarios que les escuchan, nunca habían pensado que iban a llegar tan alto.
Las actividades en pequeños grupos, por su parte, parecen sacadas de un manual de formación para comerciales. Los discursos de los “dinamizadores” aparecen salpicados con la terminología anglosajona del marketing y de las recetas para la gestión de recursos humanos. El mensaje central es que a los doctores recientes les llega la hora de venderse, de circular como un producto intercambiable por el mercado laboral, compitiendo entre ellos y tratando de hacerse imprescindibles para unos empleadores que, por el secular retraso y la estrechez de miras de nuestro empresariado, no valoran lo suficiente su perfil. Un perfil que, por otro lado, se desvincula absolutamente del ámbito de especialización de cada uno, de su condición de expertos en algo, porque en realidad las empresas demandan otras cosas. Así, el trabajo realizado durante el doctorado pierde toda sustantividad y es reducido a una apariencia de habilidades procedimentales: lo único que demuestra es que la persona es disciplinada y capaz de esforzarse en algo durante cuatro años. Las demandas de los empleadores del sector privado serán, por tanto, las únicas que determinarán la dirección de los esfuerzos futuros, y el doctor, todo ambición y dinamismo, es el responsable único de su propia flexibilidad y adaptación. Para ello, en todo caso, las “Jornades Doctorials” le proporcionan una caja de herramientas más bien burda e intelectualmente pobre, una especie de recetario sobre cómo redactar un curriculum o una carta de presentación, cómo hablar en público e incluso cómo confeccionar un póster científico. En definitiva, todo un dispositivo estandarizador que buscar imponer modelos hegemónicos en el proceder de la investigación y, sobre todo, en la posterior inserción laboral de los doctores. Nada, por otro lado, que los participantes en las “Jornades Doctorials” no hayan aprendido durante sus experiencias anteriores en el mundo del trabajo, a menudo ganándose el sustento durante la realización de sus estudios antes de obtener la beca. Sin embargo, se insiste en tratarles como completos inexpertos en el arte de buscar empleo. En el ranking de las obscenidades se llevan la palma las instrucciones sobre el uso de los contactos y las relaciones para perseguir los propios intereses, y también sobre la cosmética que ha de aplicarse a un curriculum para que resulte más competitivo, incluyendo, si hace falta, algunas mentirijillas sin importancia.
La metodología aplicada en las “Jornades Doctorials” tiene los ingredientes perversos de la dinámica de grupos. Los participantes llegan sin mucha idea de lo que allí va a ocurrir, en todo caso con alguna referencia vaga de los compañeros que asistieron en años anteriores. La subdivisión de los participantes, al principio desconocidos entre sí, en pequeños grupos heterogéneos pretende sacar partido de las simpatías y afinidades que surgen naturalmente durante la convivencia durante cuatro días. Se promueve la cohesión y la identificación grupal para aplacar los ánimos más bien hostiles con que muchos llegaron el primer día. Si bien, como es evidente, no se logran grandes cambios en las convicciones más firmes de las personas, sí que se neutralizan en cierta medida las resistencias más abiertas, permitiendo la gestión de un gran grupo que, al fin y al cabo, está encerrado contra su voluntad.
Pero esto no significa que una parte de los participantes no expresen su desacuerdo con la versión hegemónica de lo que debe ser el futuro de un doctor. En el propio grupo pequeño hay espacios para la expresión de la disidencia, que es canalizada a duras penas por los “dinamizadores”, a costa de su propia capacidad de resistencia psicológica, en un contexto en el que desempeñan un rol de parachoques. En efecto, ha habido grupos que se han negado a diseñar un producto innovador, o que lo han hecho en clave satírica, personas que han boicoteado alguna actividad (obligatoriamente) lúdica proponiendo una alternativa mucho más atractiva, e incluso algún pequeño motín nocturno con reivindicaciones festivas. Pero el descontento raramente trasciende estos límites y se propaga a las situaciones más oficiales. En estas se observa una aparente armonía, una conformidad monolítica en la que las disidencias toman forma de resistencia silenciosa: alguien lee un libro en lugar de escuchar al ponente, alguien se escapa al servicio durante un tiempo sospechosamente largo, alguien escucha música con unos pequeños cascos, o incluso algún becario soñoliento, tras los excesos de la última noche, no duda en tumbarse a dormir discretamente sobre la moqueta. Los organizadores gestionan todas estas evidencias con pequeñas negociaciones y algún incentivo en especie, ansiosos de que todo quede en nada y de que, una vez más, las “Jornades Doctorials” se cierren proclamando el éxito rotundo que justificará su reproducción absurda al año siguiente.
En definitiva, el mensaje de las “Jornades Doctorials” contiene el sesgo de la confusión, hoy tan generalizada, entre investigación e innovación, entre ciencia y tecnología, entre conocimiento y utilitarismo, con el reduccionismo que provoca valorarlo todo desde el punto de vista de la aplicación y la rentabilidad. Se sostiene que los becarios han contraído una deuda con la Generalitat y, a través de ella, con la sociedad, y que por ello deben apresurarse a crear empresas que contribuyan a la prosperidad económica del país. Aparentemente, la actividad realizada durante el doctorado no es una contribución capaz de saldar esa especie de deuda terrible: una muestra más de la desvalorización del contenido y la sustancia de las propias tesis. En todo caso estas, si han sido estratégicamente concebidas desde el principio, han de ser el trampolín que catapulte a los doctores al sector privado. Entran aquí en juego los tentáculos empresariales que irrumpen en la Universidad o en los centros públicos de investigación, en forma, por ejemplo, de convenios universidad-empresa. Se trata en muchos casos de estrategias privatizadoras de lo público que, en un proceso descrito como ideal en la doctrina oficial de las “Jornades Doctorials”, acaban dando como fruto el nacimiento de empresas “de base tecnológica”. Los doctores “no tecnológicos” tienen, por tanto, poco que decir en este orden de cosas. Y lo mismo ocurre con todos aquellos biólogos, físicos o incluso ingenieros que tienen el defecto de carecer totalmente de vocación emprendedora. Que también los hay.