fines inmobiliarios

ahora que las cosas les vienen mal dadas...



(tomado de la web de "V de Vivienda")

hablando tacheles

Terminamos tomando algo en el Tacheles. Se trata de un antiguo centro comercial en la Oranienburgerstrasse que fue okupado al caer el Muro y que mantiene su estética de entonces, sobre todo en la fachada posterior, destripada por los bombardeos de la II Guerra Mundial, que de noche adquiere un aire fantasmagórico. Hoy el edificio alberga un par de bares, talleres de artistas, un cine y alguna galería. En verano descubriría, además, que el patio se convierte en una gran terraza en la que conviven las actividades más incompatibles: una redada policial, cócteles sofisticados, música tecno y un concierto acústico, todo al mismo tiempo y sin grandes sobresaltos.
No puedo evitar algún comentario sobre lo insólito que resulta un lugar así en el meollo de una gran ciudad. A pesar de que, muy probablemente, su peculiaridad ya sólo sea estética o, mejor, estetizada. De nuevo tropezamos con el aparente desinterés por los solares vacíos en el centro de Berlín. Pero me pareció que, en el bar donde estuvimos, la clientela era de lo más convencional. Entre ella destacaba un grupo de italianos gritones con mucha pinta de erasmus.
Por cierto, M. me explicó que "tacheles" es una palabra yiddish que significa algo así como "claro", "evidente". Aunque este diccionario traduce la grafía "takhles" más bien como "result, purpose, serious business", la traducción que ofrece la propia web de la casa sí que me cuadra: "hablar claramente, revelar, explicarse, dar la opinión a alguien; perseguir un objetivo, confirmarse, ir al grano". Pero, entonces, ¿se trata de un verbo o de un adjetivo? Dudas gramático-trascendentales...

Foto: Blanca Callén

aparece (con)textos, revista d'antropologia i investigació social


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contrastes


Invertí el sábado, el domingo y parte del lunes en el viaje sorpresa a Barcelona para felicitar a D. Con la conciencia de que, en menos de una semana, ese viaje iba a repetirse pero con carácter definitivo, miré la ciudad y sus contrastes con Berlín de un modo especial. Hizo unos días luminosos que hasta nos permitieron tomar un aperitivo al aire libre junto al mercado de Collblanc, y también, por primera vez, subir a la azotea para la comida del domingo. Por lo demás, como era previsible, me reencontré efímeramente con el ruido, el abigarramiento urbanístico y las multitudes del metro y el tren el lunes por la mañana. Y a mediodía, ya de vuelta en Berlín, crucé media ciudad en el autobús 240 bajo el silencio de una nevada súbita. La tarde se me fue en la adaptación...


un interlocutor incómodo

Decidí aprovechar mi Monatskarte [tarjeta de transporte mensual] para ir a devolver a Herr S. el libro sobre la política de vivienda en la RDA. Me daba una pereza inmensa reencontrarme con aquel señor, pero no quedaba otro remedio.
En efecto, cuando llegué a su despacho en aquel mediodía gris, Herr S. se puso contentísimo de volver a tenerme a tiro. Rechacé su ofrecimiento de asiento con la excusa de que tenía prisa. De nuevo él pretendió examinarme, preguntándome "qué había aprendido" desde nuestro encuentro anterior. Improvisé una respuesta sobre los programas de Stadterneuerung [renovación urbana], y con eso salí del paso. En su arrogancia, él me aconsejó que vuelva por allí a finales del año que viene, cuando esté a punto de jubilarse, para enseñarle lo que haya escrito. Entonces, dijo, él podrá decirme si "he entendido o no" la cuestión que me ocupa. Sin comentarios.
Me escabullí como pude, despidiéndome también del funcionario pelirrojo y tímido que sufre a Herr S. en sus carnes, y salí a respirar con alivio el aire de la Fehrbelliner Platz.

cuando el Estado llama a la puerta


En un momento dado de la conversación, alguien llamó a la puerta y S. contestó por el portero automático. Obtuvo una respuesta confusa y no abrió. Tanto ella como D. se pusieron en guardia ante la posibilidad de que fueran los inspectores que buscan posibles fraudes en el impuesto que ha de pagarse en Alemania por cada aparato de televisión, cada radio y cada ordenador conectado a Internet.

militantes del aire libre

Foto: Pablo Romero


Me acerqué entonces al Vetomat, un bar-Verein [asociación] que está en la Scharnweberstrasse en el que M. colabora sirviendo bebidas [...]. Nos instalamos en la acera sacando simplemente una mesa y varias sillas del bar. Era el lado Norte del edificio y no daba el sol en absoluto. Con el transcurso del tiempo, lo de estar fuera se reveló más como un acto de inauguración/afirmación de la primavera que como algo que el cuerpo nos pidiera. Así que allí estuvimos, la mayoría aferrados a nuestros Milchkaffee [café con leche], aunque algún valiente se administró la cerveza ritual.

la etnógrafa y su anfitriona


Mientras hablábamos, Frau J. poco menos que me obligaba a comer. Iba haciendo comentarios sobre los alimentos que había comprado para el fin de semana (fresas, peras) y los dulces que había congelado en Navidad (Stollen) porque eran demasiados para una sola persona. También me sacó un "mango lassi" hecho en casa a partir de yogur natural y zumo de mango. Incluso me dio un tarro con zumo para que me lo llevara... Y, en un momento dado, "amenazó" con preparar una cena a base de Wurst [salchicha], ¡pero logré pararle los pies porque no tenía nada de hambre!