29 de agosto

¡Por fin escribo sobre el día en que escribo! Claro que hoy no va a ser muy sustancioso... Finalmente ha ocurrido lo que era de esperar que ocurriera: una mañana perdida y una tarde apenas enderezada...
Era lunes de mañana y me han flaqueado las fuerzas. En lugar de poner solución al dolor de cabeza con el que me había despertado, he comenzado por mirar el correo. Me he encontrado con un mail de U. lleno de links y con el ofrecimiento de intentar contactar con algún usuario de su web (www.alles-und-umsonst.de). L he dado las gracias y le he propuesto un texto para colgar pidiendo colaboradores...
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Mirando los folletos que he cogido en la Biblioteca del distrito, me sorprendo mucho al descubrir que no es del todo gratuita... ¡por fin un punto para los servicios públicos barceloneses!
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De vuelta a casa, decido quedarme a escribir en el césped de la Boxie. Hay niños desnudos chapoteando en cada fuente y en cada charcol Y una multitud de gente en torno a la treintena tomando el sol... Gente sola leyendo, gente en grupo bebiendo... Fuera del vallado central, los incondicionales de la plaza: jóvenes negros de orígenes aparentemente diversos, bebiendo y comunicándose a gritos con una mezcla de alemán, inglés y francés: "oh, mon frère...!"

28 de agosto

El domingo se presentó veraniego a la manera berlinesa. Desde mi habitación se oía música en la calle desde bastante temprano: había mercado en Boxhagenerplatz. De modo que ese era mi plan dominical.
La plaza estaba de lo más concurrida. Había puestos alineados a los cuatro lados del césped central... unos más elaborados que otros. Algunos estaban directamente en el suelo, y vi incluso gente que llevaba colgando del cuerpo toda la mercancía, lo que les permitía ir cambiando de lugar... La relativa confusión de vendedores y compradores, y el amontonamiento de las cosas en ciertos puntos, hacía casi inaccesibles algunos puestos. Mal asunto, desde el punto de vista del marketing...
Entre los vendedores me pareció distinguir familias turcas (especializadas en aparatos electrónicos, sobre todo), gente mayor con un aspecto muy "Ossie" vendiendo trastos y libros viejos (obras completas de Lenin, fotografías familiares...), pero también jóvenes con ganas de hacer sitio en el ropero o en las estanterías. Había también algunos artistas y artesanos (dónde está la frontera?) vendiendo sus obras, y varios puestos más "de diseño" ofreciendo productos de marca: relojes, camisetas, pendientes, etc.
Era, en definitiva, un mercado de los que requieren mirar con detenimiento y regatear el precio. Como complemento, en el extremo de la plaza, había un músico con habilidades diversas que iba combinando sonidos con un "sampler" y que había logrado reunir un público numeroso y bastante entregado que, sentado en el suelo, lo escuchaba sin pestañear.
Pensándolo ahora, me resulta curioso no recordar haber visto ni un solo puesto ambulante de comida. Los restaurantes y restaurantillos de la plaza, eso sí, estaban llenos de público. Con A., L. y P. nos aprovisionamos en uno de ellos y comimos en un banco algo resguardado que parecía el lugar idóneo para que los bebés mamaran en comunidad. Los columpios y las zonas de arena estaban atestadas de niños, y el césped de gente joven...

27 de agosto

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Pongo rumbo a la Oststrand, donde he quedado con S. y D. De entrada me da la sensación de algo más cerrado y exclusivo: se accede por una puerta en el mismísimo muro (en la East Side Gallery), y hay un segurata que controla el contenido de la mochila de un chico que entra delante de mí. No sé si hay que pagar entrada. Por fin me decido a asomarme, y me encuentro con arena de playa, música latina (la fiesta reggaeton parece haber acabado) y mucha gente en hamacas y en mesas. Hay algunas familias que parecen caribeñas, con niños bastante pequeños bailando por allí.
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Le explico a S. mi barbacoa en Treptow, y me dice que la próxima vez me fije en el monumento soviético que hay en el centro del parque. También le cuento lo de la manifestación en Rigaerstrasse, y me dice que hay una cada semana... Lo dice con cierto aburrimiento. Cuando le digo que estuve por los bares de la Rigaerstrasse, me pregunta si A. y L. se llevan bien con los punkies... ¡y yo le respondo que ellos son más bien punkies!
Hablamos otra vez de la "naiveté" de la relación que los alemanes tienen con el Estado: si te declaras de alguna religión, tienes que pagar 150 euros mensuales a la iglesia en cuestión, mientras que, si no, no pagas nada. ¡ A ella le han mandado hace poco una carta diciéndole que no les consta su confesión! Evidentemente, ha contestado a todo que no.
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26 de agosto

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De camino hacia casa me perdí por barrios no tan céntricos, con grandes espacios abiertos y bloques de casas enormes. Supongo que era lo que me había dicho S.: bloques socialistas que en su día eran la opción cómoda frente a las incomodidades de las vivendas del centro... Pasé por una especie de supermercado ruso, con el rótulo sólo en cirílico. Delante había un señor y un chico cocinando algo en un puestecillo... ¡y ni un alma en kilómetros a la redonda!
También, ya en Friedrichshain, pasé por una tienda llamada "Der Vorwende Laden" ("la tienda de antes de la caída del muro"). En el escaparate había todo tipo de objetos con pinta simplemente de antiguos. Supongo que a un antiguo habitante de la RDA todo aquello debía resultarle familiar, pero a mí no mucho: libros, vajilla y poco más...
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25 de agosto

Ha llovido casi todo el día. Pasaban las horas y veía que tendría que decidirme a salir igualmente (...).
En casa a las 17h, había luz de anochecer. Fuera llovía, aunque menos. Miraba por la ventana e iba pensando en lo joven que parecía la gente que pasaba. Así que me he decidido por una prueba "empírica": he calculado la edad que tenía toda una muestra de 57 viandantes. La media ha salido bajísima: 28'70 años! Han pasado muchos niños, desde luego... pero es que, además, la mayoría de los adultos estaban en torno a la treintena!(...)A. y L. me han recibido con la niña a punto para el baño. A. tiene dos años de permiso maternal remunerado (podía elegir cobrar más durante un solo año, pero ha optado por estar más con la niña). L. trabaja y vuelve cada día sobre las 19h. Me cuentan que están usando muchos servicios en relación con la niña: la llevan a nadar, a masajes, a jugar con otros bebés de su edad... A. está usando mucho el asesoramiento que le dan en un Frauenzentrum. Se sienten muy protegidos por el Estado, que les da un Kindergeld cada mes. Como no necesitan el dinero, lo van metiendo en una cuenta que la niña abrirá cuando llegue alos 18 años. Han solicitado también ayudas para la vivienda (Wohngeld) y para la educación (Erziehungsgeld). Para ellos es una situación paradójica: con el sueldo de L. ya vivirían, pero además tienen muchos otros recursos. Lo mismo en cuanto a médicos y a sitios donde pedir ayuda en caso de necesidad.

24 de agosto

Hoy era el día del despertar peligroso, cuando cuesta acordarse de lo que una ha venido a hacer aquí. La invitación de S. a desayunar, no sé si intencionadamente, me ha ayudado a sortear esos peligros porque me fijaba objetivos matutinos: comprar panecillos y presentarme a las 9h en su casa con el ordenador. De nuevo hemos tenido una conversación muy agradable que, en el recuerdo, se me mezcla con la de la tarde anterior. Me ha hablado, hemos hablado, sobre el lujo de espacio y de silencio con el que se vive en Berlín, en comparación con las grandes ciudades españolas
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He dedicado el resto del día a dar un larguísimo paseo por la ciudad. He comenzado subiendo desde casa a la Frankfurter Allee, donde me ha sorprendido bastante la actividad y la abundancia de tiendas y restaurantes. La Karl Marx Allee ya se parece más a la imagen que me había quedado de las grandes avenidas del Este en mi primera visita a Berlín. Me he fijado en los enormes edificios, los "palacios del pueblo" o "palacios de los trabajadores", en los enormes locales comerciales, a menudo vacíos, en los pasajes que dan acceso a las calles laterales, arboladas y sombrías, con muchos coches aparcados y paradas de autobús. Es como si la vida se desarrollara en realidad al otro lado de los edificios.
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Bajo hacia la Potsdamerplatz y me encuentro con el memorial del Holocausto, inaugurado hace poco, sobre el que han corrido ríos de tinta. Me paso un rato decidiendo si me gusta o no me gusta. Este tipo de cosas siempre suscitan polémicas más bien estériles, creo yo. Es un solar enorme, de esos que aún abundan en Mitte, lleno de prismas de distintas alguras que forman una especie de entramado. Tienen más o menos el tamaño de una tumba. Observo que, como es tan reciente, no todos los turistas estaban prevenidos. Unos franceses comentan que aquello en su guía no aparece. De hecho, no encuentro ningún cartel que explique lo que es aquello: únicamente hay una placa que anuncia todo lo que no se puede hacer en el lugar: entrar con perros, ir en bici, gritar, subirse a los pilones (cosa que no todo el mundo cumple), beber alcohol, tocar instrumentos... También hay un vigilante de seguridad que de vez en cuando llama la atención a alguien. Es relativamente fácil ir saltando de pilón en pilón, que son más altos conforme se acerca uno al centro del lugar, y ganar una altura considerable. Esta idea se le ocurre de vez en cuando a alguien, y enseguida surgen imitadores. Otros ratos nadie lo hace. (...)

23 de agosto

La suerte está echada: estoy en Berlín. Hoy era el día en el que tanto había pensado. Con detalles, p. ej., como los mails de amigos que me han llegado justo a tiempo para animarme a emprender la aventura. Ha sido un día de cargar peso y coger transportes. Cada tren, cada metro, el avión... todo eran pequeños objetivos que ir cumpliendo, preocupaciones parciales (y pequeñitas) que calmaban un poco la preocupación más grande: y ahora, ¿qué?Puntos fuertes con los que afronto el trabajo de campo: la gente con la que he contactado, en general, está colaborando. El ejemplo estrella es el de hoy: S., amiga de E., tenía finalmente las llaves de mi casa. Así que he ido a su casa a recogerlas y, sin comerlo ni beberlo, me he encontrado haciendo una entrevista preliminar a una habitante del barrio (...)