24 de agosto
Hoy era el día del despertar peligroso, cuando cuesta acordarse de lo que una ha venido a hacer aquí. La invitación de S. a desayunar, no sé si intencionadamente, me ha ayudado a sortear esos peligros porque me fijaba objetivos matutinos: comprar panecillos y presentarme a las 9h en su casa con el ordenador. De nuevo hemos tenido una conversación muy agradable que, en el recuerdo, se me mezcla con la de la tarde anterior. Me ha hablado, hemos hablado, sobre el lujo de espacio y de silencio con el que se vive en Berlín, en comparación con las grandes ciudades españolas
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He dedicado el resto del día a dar un larguísimo paseo por la ciudad. He comenzado subiendo desde casa a la Frankfurter Allee, donde me ha sorprendido bastante la actividad y la abundancia de tiendas y restaurantes. La Karl Marx Allee ya se parece más a la imagen que me había quedado de las grandes avenidas del Este en mi primera visita a Berlín. Me he fijado en los enormes edificios, los "palacios del pueblo" o "palacios de los trabajadores", en los enormes locales comerciales, a menudo vacíos, en los pasajes que dan acceso a las calles laterales, arboladas y sombrías, con muchos coches aparcados y paradas de autobús. Es como si la vida se desarrollara en realidad al otro lado de los edificios.
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Bajo hacia la Potsdamerplatz y me encuentro con el memorial del Holocausto, inaugurado hace poco, sobre el que han corrido ríos de tinta. Me paso un rato decidiendo si me gusta o no me gusta. Este tipo de cosas siempre suscitan polémicas más bien estériles, creo yo. Es un solar enorme, de esos que aún abundan en Mitte, lleno de prismas de distintas alguras que forman una especie de entramado. Tienen más o menos el tamaño de una tumba. Observo que, como es tan reciente, no todos los turistas estaban prevenidos. Unos franceses comentan que aquello en su guía no aparece. De hecho, no encuentro ningún cartel que explique lo que es aquello: únicamente hay una placa que anuncia todo lo que no se puede hacer en el lugar: entrar con perros, ir en bici, gritar, subirse a los pilones (cosa que no todo el mundo cumple), beber alcohol, tocar instrumentos... También hay un vigilante de seguridad que de vez en cuando llama la atención a alguien. Es relativamente fácil ir saltando de pilón en pilón, que son más altos conforme se acerca uno al centro del lugar, y ganar una altura considerable. Esta idea se le ocurre de vez en cuando a alguien, y enseguida surgen imitadores. Otros ratos nadie lo hace. (...)
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