25 de octubre

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Llegué bien de tiempo y me situé en la puerta de la estación de S-Bahn, dispuesta a identificar y ser identificada. En el mismo vestíbulo, junto a las mesas altas de un puesto de panadería, había tres chicos de edades parecidas a la mía y de aspecto turco. Según observé, se dedicaban a recoger los billetes usados pero aún válidos que les cedían los viajeros al salir. Luego los revendían por un euro a quienes se acercaban a la máquina expendedora. Uno de los chicos estaba especializado en conseguir los billetes (pidiéndolos en voz alta a cada oleada de gente), y otro ejercía de vendedor. Cuando alguien se interesaba por su oferta, él les preguntaba por la dirección en la que querían viajar, puesto que está prohibido utilizar una mismo billete para ir y volver, aunque sea dentro de las dos horas de vigencia. En alguna ocasión se le agotaron unos u otros billetes. Y supuse que los iba vendiendo en orden cronológico para que el comprador pudiera beneficiarse de más tiempo. Algunos compradores habituales se acercaban directamente a los chicos, sin hacer caso de las máquinas, e incluso en ocasiones les saludaban con familiaridad. Otros clientes tenían que ser "reclutados" de la cola. Por supuesto, también había mucha gente que ni siquiera respondía a las preguntas del chico, o que le contestaban escuetamente con una negativa y seguían a lo suyo. O bien le decían que necesitaban una "Tageskarte" (tarjeta para todo el día), y que por tanto no les interesaba un billete sencillo. En cuanto a los "donantes", algunos también actuaban espontáneamente, mientras que otros parecían responder a la llamada. El tercer chico no parecía cumplir ningún papel: se limitaba a permanecer apoyado en un rincón, muy cerca de la puerta donde habían colgado una bolsa de plástico con bocadillos de la que iban comiendo de vez en cuando.
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24 de octubre

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Tras las presentaciones, la reunión comenzó con una actividad lúdica: al llegar otra persona con un cargamento de manzanas de un proyecto de Selbstversorgung (autoabastecimiento), W. propuso lo siguiente: puso sobre la mesa una manzana neozelandesa ("de diez días de antigüedad") comprada en Kaiser's [un supermercado] a precio muy bajo, y, junto a ella, dos manzanas procedentes de Friesland y de cerca de Bremen. Las troceó, las puso en platos distintos, e invitó a algunos asistentes a tratar de identificarlas con los ojos tapados. Se ofrecieron dos personas que, a lo largo de la reunión, se revelarían como especialmente participativas. Y, en efecto, ordenaron las manzanas según su sabor de acuerdo con las expectativas. W. preguntó por qué eran más caras las manzanas alemanas que las traídas de Nueva Zelanda... Él mismo dio la respuesta: porque el transporte por mar desde las antípodas resulta más barato que el que se produce en el interior de Alemana... El ritual de las manzanas suscitó comentario s a media voz por toda la sala: si el objetivo era hacer pensar a los asistentes, creo que funcionó en más de un caso.
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23 de octubre

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Tras una parada técnica en casa, elegimos el Bistro Zeus para cenar. El chico que ya me conoce se deshizo en atenciones con nosotras: todo sonrisas, nos invitó repetidamente a té (incluso le cambió a E. un vasito que se había echado a perder por exceso de azúcar), a un "türkische delight", a piruletas... Y, como ya es habitual, coronó la actuación poniéndome sellos "de propina" en mi tarjeta de cliente. Evidentemente, una estrategia comercial (muy parecida a la del vietnamita de L. y J.) que, sin embargo, podría ser un buen agarradero para establecer con él algún tipo de comunicación... Algo que ya no va a ser posible en las dos semanas que me quedan...
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22 de octubre

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En la Schliemannstrasse volvimos a pasar junto a la "free box" (estanterías donde la gente deja la ropa que no necesita y de donde puede coger lo que le sirva) al aire libre que ya había visto aquel día con T. (...). El aspecto de aquella "free box", probablemente por su ubicación a la intemperie, era bastante poco atractivo. La frontera entre los que es un objeto útil y lo que es basura está también delimitada por el contexto, sin duda... De todos modos, no deja de sorprenderme que pueda mantenerse una "free box" en un espacio totalmente público: en la mismísima calle...
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21 de octubre

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En el segundo piso [del Museo de Historia de Kreuzberg y Friedrichshain] me encontré con algo mucho más cercano: la historia reciente de la zona de Kotbusser Tor, desde las destrucciones de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, con especial énfasis en el movimiento "squatter" y en las movilizaciones vecinales contra las subidas de los alquileres como consecuencia del "saneamiento" a principios de los años 80. Toda la sala era una maqueta de la zona, que reproducía casa por casa, y en la que podían abrirse unos cajones en los que había documentación sobre cada finca. También había documentos sonoros: voces de vecinos del barrio dando su opinión, y unos paneles haciendo un recorrido histórico. Encontré el descanso frente a un televisor en el que se mostraban fragmentos de documentales y películas de ficción en las que aparecía el barrio.De toda la exposición, lo que más recuerdo es la impresión que me produjeron las fotografías de ruinas y descampados en el barrio... ¡todavía en los años 80! Y también, cómo no, las imágenes de soldados americanos jugando a las patrullas por las calles en esa misma época.
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20 de octubre

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De camino hacia el "Anastasia" me encontré con una caja de libros abandonada sobre una acera de Samariterstrasse. Tenía el consiguiente cartelito: "zu verschenken" ("para regalar"). Había alguien examinando su contenido... Como S. aún no había llegado a la cafetería, decidí volver sobre mis pasos para curiosear entre los libros y, sobre todo, para fotografiar la caja. Ahora había otra chica entretenida en buscar. Esperé a que terminara y me acerqué. Descubrí una pequeña joya: un dossier detalladísimo sobre la Sozialhilfe ("ayuda social"), del año 2000, editado por alguna asociación de desempleados. En efecto, estaba desfasado, pero no dejaba de ser un documento interesante. Y, con ello bajo el brazo, me volvía al bar, dejando paso a otro viandante que emitió una exclamación satisfecha al encontrar un diccionario que, al parecer, le encantó.
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19 de octubre

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El formato de entrevista que propuse fue el siguiente: yo me había preparado las preguntas en inglés, y las iría formulando en ese idioma. W. las traduciría al alemán e I. contestaría. Sólo en caso de necesidad le pediría a W. que tradujera en la otra dirección. En la práctica, sin embargo, la cosa fue algo distinta: mi inglés era dificultoso en aquel contexto, W. se olvidaba de traducir en ocasiones y decidía contestar él mismo, ¡y yo tuve que encargarme alguna vez de la traducción al alemán! En cualquier caso, apenas recibí "inputs" en inglés en toda la velada, a excepción de alguna aclaración de vocabulario: W. insistía, en el fondo con razón, en hablarme en alemán. También ocurrió alguna vez, sobre todo hacia el final, que W. e I. derivaran hacia alguna conversación sobre el Tauschring (red de intercambio) ante la que yo pude instalarme cómodamente como espectadora. En el fondo aprovecharon aquel encuentro para decirse también otras cosas. Incluso hubo un momento en el que me sentí expulsada de esa cierta comodidad: hablaron durante unos minutos sobre personas del Tauschring y sobre el grado de compromiso de estas, hasta que se acordaron de mi presencia y se dieron cuenta de que no era momento para ello.
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18 de octubre

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Antes de volver a casa fui a la Oranienstrasse en busca del NGBK. Descubrí otra "dimensión" de Kreuzberg: es una calle llena de librerías y de bares originales. Ya decía yo que lo que se ve a lo largo de la Skalitzerstrasse no podía ser todo lo que hay... El NGBK es una galería que, curiosamente, está en la trastienda de una librería. Quizá fuera la primera librería de libros nuevos en la que he entrado desde que estoy aquí...
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17 de octubre

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Hice algunas tareas caseras y volví a salir con la idea de ingresar mi aportación a la Koop (cooperativa de consumo). Era mi primera experiencia con la "cara humana" de los bancos berlineses: hasta entonces sólo había tratado con cajeros automáticos... Me atendió un chico jovencillo en una oficina de Frankfurter Allee. El sistema era, de entrada, como en España: ese nuevo diseño de oficinas con mostradores y mesas diseminadas, sin cristales blindados ni ventanillas, en las que el cliente tiene que esperar algo confundido en mitad de un espacio ambiguo y enmoquetado, preguntándose si todos los mostradores serán para lo mismo y acechando cuál de ellos se libera antes... Encontré, eso sí, un par de diferencias. EN primer lugar, el horario: abierto de lunes a viernes de 9 a 18h. Y, después, que los empleados no manejan dinero: entregan al cliente una tarjeta de plástico en la que han "anotado" la transacción, y entonces toca ir a un cajero extraño que escupe la cantidad correspondiente. El empleado, viendo mi inexperiencia, me acompañó hasta la máquina, muy correcto él...
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16 de octubre

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De Kreuzberg fui directamente al Zielona Gora, donde había quedado con A. y L. para el Vokü (cocina popular) de las 19h. Dejé la bici en la Boxi (Boxhagenerplatz) y me acerqué a la casa. La puerta estaba cerrada, pero alguien me abrió desde dentro. Se trataba de una sala bastante grande con sillas y mesas de varios tamaños, y algún sofá. De las paredes colgaban algunos cuadros. Todavía no estaba muy lleno... A. y L. aún no habían llegado, como pude comprobar echando un vistazo también a un espacio contiguo donde había una barra. Supuse que la comida se recogía allí mismo. Había una pizarra anunciando el menú "vegan" del día. Algunas de las personas que ocupaban las mesas estaban bebiendo cerveza, seguramente aguardando la cena. Elegí la mesa más cercana a la puerta, a la espera de A. y L. Estaba algo preocupada porque A. me había dicho que a las ocho menos cuarto ya no solía quedar comida, y esa hora se acercaba peligrosamente... Iba entrando gente, el lugar se llenaba, y comenzó a formarse una fila de personas delante de la barra. En mi mesa, en el otro extremo, se sentó a cenar un hombre que parecía conocer y hablar a todo el mundo. Lo identifiqué como uno de los "habituales" de la Boxi. Entonces irrumpió otro personaje curioso, un hombre con aspecto de vagabundo que arrastraba nada menos que un armario con ruedas. "Aparcó" junto a una de las mesas, se despojó de una mochila escolar y emprendió una hiperactividad notable.
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15 de octubre

El sábado repetí el ritual de los sábados: Schoko-Vanille Hörnchen ("cuernecito" de chocolate y vainilla) en la Bäckerei (panadería), y la mañana escribiendo al sol en la Traveplatz. La temperatura, eso seguro, había bajado mucho, pero todavía nos quedaba un solecito agradable... Me instalé en una de las dos mesas cuando la plaza estaba aún vacía... Y, poco a poco, se fue llenando de gente: un padre y una niña desayunando en la otra mesa, los habituales de los bancos al sol, alguna madre con bebé en los de enfrente... Luego apareció un chico y, sin mediar palabra, se sentó en mi mesa a estudiar. Primero pensé que tal vez fuera erasmus o algo semejante: llevaba un diccionario alemán-inglés. Pero enseguida vi las pegatinas de su archivador, que más bien revelaban su condición de "autóctono", quizá de Dresden. El chico se volvía repetidamente hacia una fuente de ruido no identificable desde allí. Tras un buen rato y algún intercambio de palabras ("Gesundheit" cuando estornudé y "Danke" cuando le recuperé un papel que había volado), me comentó que había venido aquí buscando silencio, y que aquel ruido era un fastidio. Lo cierto es que me sorprendió: el ruido en cuestión no me estaba desconcentrando ni pizca. ¿Tendría el umbral de la sensibilidad más alto que él? En cualquier caso, qué exagerado. ¡Tampoco se puede pedir que en una plaza pública haya el mismo ambiente de trabajo que en una biblioteca!
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14 de octubre

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En primer lugar, en una publicación gratuita del barrio había leído sobre la existencia de un "Intershop 2000", una tienda de los tiempos de la RDA que, al parecer, se alimenta de la famosa "Ostalgie" ("nostalgia del Este"). Me había apuntado la dirección y quise ir a echar un vistazo. Está en una de las calles perpendiculares al río, entre el Oberbaumbrücke y el puente de Treptow. Es una zona desangelada, con restos de alguna industria relacionada con la navegación fluvial, pero no da sensación de abandono: los pocos edificios de viviendas parecen saneados recientemente, y hay varias extensiones de hierba no selvática, de lo que se deduce que alguien se ocupa del mantenimiento... Entré en la calle en cuestión, Ehrenbergstrasse, y me extrañó que sólo parecía haber algún edificio residencial, desde luego sin ningún local comercial, además de los "prados" que acabo de describir. Pues bien, en uno de esos "prados" descubrí dos barracones prefabricados con una forma que recordaba vagamente algún tipo de construcción rusa: el tejado de doble vertiente, pero extrañamente redondeado. Uno de los dos barracones estaba cerrado a cal y canto, y creo que inaccesible a causa de una valla de alambre. El otro, no obstante, estaba bien abierto. Sobre la puerta había una sigla que no entendí: una "M" roja y amarilla. De un postigo enorme que debía proteger toda la fachada frontal, pero que ahora estaba abierto, colgaba una banderola roja con unas letras amarillas que decían algo sobre el Arbeitersbewegung (movimiento de los trabajadores). Tres sillitas de colores sostenían el postigo y, justo al lado, había uno de esos carteles que las tiendas sacan a la acera para informar a los viandantes de su existencia. En el cartel, escrito a mano, ponía "Intershop 2000". La puerta estaba abierta y, a ambos lados, había unos escaparates mínimos por donde asomaba un abigarramiento de objetos: productos de limpieza, juguetes... ¡y también algún alimento! Me pregunté de dónde debía provenir todo aquello: ¿mantendrán las grandes empresas occidentales, fagocitadoras de toda la producción de la RDA, una "línea de productos Ossi" para satisfacer a la clientela más recalcitrantemente "ostálgica"? A juzgar por lo polvoriento que estaba todo, esa posibilidad no acaba de cuadrarme. En cualquier caso, aquellos objetos tenían un aspecto mucho más "auténtico" que los souvenirs pseudosoviéticos que se venden en torno a la Postdamer Platz... ¡Desde luego, el protagonista de "Goodbye, Lenin" habría podido seguir engañando a su madre hasta hoy si hubiera conocido este "Intershop 2000"!Se oían voces dentro de la tienda. Esperé un momento para ver quién salía: una pareja en torno a la cincuentena que, a juzgar por las efusiones de la despedida, debían conocer al tendero. Se desearon mutuamente un "schönes Wochenende" ("bonito fin de semana") y se alejaron por la acera hasta montarse en un coche bastante nuevo. ¿De modo que aquellos eran los "ostálgicos"? ¿Gente de la edad de mis padres que no renuncian a comprarse un coche nuevo, pero que tal vez siguen prefiriendo su detergente "de confianza" desde los tiempos de la RDA? La verdad es que no vi lo que habían comprado: salieron con una bolsa de plástico transparente en la que se distinguían dos o tres paquetitos envueltos en papel de periódico... ¿Cuánto tenía todo aquello de "auténtico" y cuánto de reinventado? ¿Compraba allí la gente objetos para regalar, buscando la sonrisa cómplice o el suspiro por los viejos tiempos en el momento de retirar el papel de periódico? ¿O bien se tratará más bien de compras cotidianas, regidas por la inercia de la costumbre? Está claro que todo esto no es ni mucho menos central para el tema que me ocupa aquí, pero, en cualquier caso, no deja de intrigarme...
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13 de octubre

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En lugar de volver directamente a casa, decidí ir a tomar un capuccino al "Sheriff Teddy". Quizá fuera mi último capuccino al aire libre de la temporada (hoy, mientras escribo estas líneas, ya lo estoy tomando enun local cerrado)... El caso es que estuve escribiendo cuaderno de campo y, a ratos, observando a un grupo de hombres que bebían cerveza a mi lado, y en torno a los cuales revoloteaba un niño, deduje que hijo de uno de ellos, de comportamiento algo silvestre y con la cara pringada de chocolate.
Cuando la luz se fue revelando insuficiente, recogí mis bártulos y me fui para casa, donde volví a mi mariposeo entre emails, plannings y estadísticas...

12 de octubre

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Una tal C. (o K.), no habitante de la casa pero aparentemente enterada de los intríngulis de la Koop (cooperativa de consumo), nos dijo que el Plenum tendría lugar en el tercer piso. Pero allí no había ni un alma. Era un espacio abierto, una especie de salón que no estaba separado del rellano de la escalera por ninguna puerta. Por aquí y por allá había objetos decorativos con aspecto de proceder del "reciclaje", y también algunas "obras de arte", entre ellas una inscripción en la pared que no acabé de entender. El caso es que estábamos A. y yo solas. Y entonces aparecieron dos chicas, habitantes del lugar pero no miembros de la Koop, que no parecían entender demasiado nuestra presencia allí. Nos convencieron de que volviéramos a bajar. Creo que, si no hubiera ido con A., habría empezado a sentirme molesta.
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Como tanta gente, C. afirmó que le gustaba mucho Barcelona y que no le importaría pasar allí una temporada. Entonces A. le habló de las incomodidades de Barcelona, del ritomo demasiado estresante y el nivel excesivo de ruido, y de las dificultades de vivir además de trabajar. Curiosamente, C. sostenía que en Berlín es lo mismo: hay atascos de circulación y, según ella... ¡mucho ruido! Le hablamos también de los peligros de ir en bicicleta por Barcelona, y en ese punto no pudo contraargumentar.
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11 de octubre

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Me reencontré con aquel ambiente occidental-comercial-estándar que ya había apreciado la otra vez que paseé por allí: idéntico al Portal de l'Àngel. Tras visitar lo que queda de la iglesia [la Wilhelm-Gedächtnis-Kirche], bordeamos el Zoo y entramos en el Tiergarten siguiendo la línea del S-Bahn. Atardecía, y junto a nosotros pasaba gente volviendo a casa en bicicleta. Cruzamos la avenida del 17 de Junio y tomamos un camino paralelo a ella hasta que, al llegar a la rotonda dode está la estatua del ángel, decidimos salir a coger un autobús hacia el centro porque apenas quedaba luz entre la espesura. Pensé que también lugar, pese a haber pertenecido a Berlín Oeste, era de un urbanismo grandilocuente, un producto imperial de Prusia. La arquitectura socialista no inventó las grandes avenidas...
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10 de octubre

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Anduvimos por la Boxhagenerstrasse y entramos a explorar el cementerio que hay junto a una iglesia de ladrillo claro. El cementerio es pequeño, con todas las tumbas en el suelo y fechas muy variadas en las lápidas: desde la Segunda Guerra Mundial hasta años recientes... Como alguien observó, muy pocas tumbas tenían alguna cruz en la lápida. Había algunas personas mayores visitanto el cementerio, arreglando las flores, y una señora también de cierta edad rastrillaba la tierra de los caminillos. A la entrada, en un rincón, había una colección de regaderas marcadas con letras y atadas con cadenas como de bicicleta. Deduje que las dejaban allí los propios familiares. Como ocurre a menudo en Berlín, nadie hubiera dicho que estábamos en medio de una gran ciudad...
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9 de octubre

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Después de comer hicimos la incursión prometida en Treptower Park. Es curioso, porque justo les acababa de decir que, según me han contado, Treptow es un barrio de población muy envejecida, y, efectivamente, los paseantes que vimos en el parque eran muchísimo más viejos que todos los demás usuarios de este tipo de espacios que me había encontrado hasta entonces. Los casos del Mauerpark o el césped de la Boxi son quizá algo extremos: sólo se ven niños y padres jóvenes. Pero en parques como el Volkspark Friedrichshain nunca había tenido la sensación de cruzarme con demasiados ancianos. Quizá tuviera que ver, de todos modos, no sólo con el tipo de población del barrio, sino también con el día y la hora: domingo "nachmittags" (primera parte de la tarde), probablemente el momento "oficial" para los paseos en familia, sobre todo con el buen tiempo. También me llamó la atención que la mayor parte de la actividad del lugar parecía desarrollarse en las zonas menos "naturales", y, por tanto, menos propias de un parque: junto a los muelles, a la orilla del río, asfaltada como un paseo, en los Biergärten (terrazas de cervecerías) y en torno a los puestecillos de comida, algunos de los cuales emitían una música estridente. También advertí que había unas casetas con aspecto Ossi en las que se vendían souvenirs, y deduje que quizá durante la época del Muro aquel era un parque turístico, algo para enseñar en Berlín Este, mientras que ahora, derrotado por el archiconocido Tiergarten, ha quedado para uso "doméstico" a pesar de sus indudables atractivos...
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Y, en el Palacio de la República [de los tiempos de la RDA], descubrí con sorpresa que había algún tipo de espectáculo o exposición. Se trataba de algo titulado aproximadamente "Fraktal"... Quise entrar a curiosear el edificio, pero desistí al ver que cobraban entrada. Desde fuera se veía bastante gente en las terrazas, como si se tratara también de una cafetería. Nunca hubiera pensado que ese edificio, que en otro tiempo simbolizó la supuesta apertura del poder hacia el pueblo, con su actual aspecto ruinoso estuviera todavía en uso. Pero está visto que hay gente empeñada en reconvertir los símbolos de la RDA en un ingrediente más del Berlín "chic".
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8 de octubre

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Cenamos en un restaurante enorme con ciertas pretensiones de diseño. Pensándolo ahora, me recuerda un poco a "Els Quatre Gats": una especie de Art Nouveau congelado en el timempo y tematizado, adecuado al gusto actual. En todo caso, la visita a ese restaurante fue como asomarse a ese "nuevo Berlín" que, aunque regañadientes, está cayendo en esa tremenda paradoja de nuestro Zeitgeist occidental: distinguirse pareciéndose...
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7 de octubre

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Entonces salí a la calle y, pertrechada con un periódico gratuito, me dispuse a esperar la llegada de mi interlocutora. Junto a la puerta del Umsonstladen ("tienda gratis") había también un seños con aspecto de indigente, sentado en el suelo junto a un tetra-brick de Rotwein (vino tinto), que se reía y decía algo entre dientes. En los minutos que estuve por allí todavía vinieron algunas personas que, según me pareció, traían objetos a la tienda. Un chico, por ejemplo, traía un tablero de ajedrez. Un poco más tarde llegó una chica con una bicicleta cargada de cosas. Como objeto estrella traía una guitarra polvorienta. Cuando la vio el señor del Rotwein, entabló con ella una conversación que no fui capaz de entender. En cualquier caso, la guitarra fue para el señor, y la conversación terminó con un "viel Spass mit der Gitarre" ("que se divierta con la guitarra") por parte de la chica. Cuando ella se hubo marchado, el hombre aporreó un poco las cuerdas, y enseguida dejó la guitarra a un lado, apoyada en la pared. Me dije, y así me lo confirmaría G., que aquel era un ejemplo de las escasas ocasiones en que donador y receptor se ven las caras.
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En un momento de la entrevista, cuando insistí en enterarme mejor de la situación del local, que está ocupado, G. me pidió que apagara la grabadora, y me explicó entonces los detalles. Era la primera vez que me pasaba algo así en una entrevista, y me alarmé un poco ante la posibilidad de estar yendo demasiado lejos con las preguntas... Pero, viendo la naturalidad que G. mantenía (una vez comprobó que la grabadora estaba realmente en "pause"), me quedé más tranquila e intenté
entender la explicación.
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6 de octubre

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Efectivamente, H. también vive en el Hausprojekt. Entramos por una puerta del patio y subimos cuatro o cinco pisos por una escalera muy animada: casi en cada piso había alguien a quien H. saludaba. La casa resultaba muy acogedora y estaba en buen estado, pero no resplandecía como una casa recién reformada. Había parquet y bastantes muebles. Inevitablemente, me pregunté si yo sería capaz de vivir en una situación de sociabilidad constante: eran treinta y seis adultos y cinco o seis niños compartiendo algunos espacios comunes (el bar-sala de reuniones, una sala de TV, el patio interior...), y subdivididos en "living groups" de cuatro o cinco miembros que comparten una cocina, alguna otra dependencia... y el buzón.
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5 de octubre

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La Food Coop tiene su sede en una WG (piso compartido) donde al parecer vive bastante gente. En la calle no hay ningún distintivo, y, por tanto, es imprescindible saber el nombre que pone en el timbre. Una vez arriba nos abrió un chico bastante joven que, tras un momento de duda, nos dejó entrar hasta un recodo del pasillo, bastante oscuro por cierto, donde había unas estanterías con los pedidos de esta semana. Sin embargo, nadie había hecho el trabajo de separar por grupos los alimentos, sino que estaba todo mezclado. Con ayuda de una balanza y de la lista de lo que habían encargado, J. y L. fueron separando su parte. Las dificultades llegaron a la hora de identificar algunas hortalizas raras o no tan raras. Tampoco los chicos de la WG sabían distinguir un Curvis (calabaza) de un Nuss-Butter-Curvis (?)... ¡ni identificaban el Mangold (acelgas)! Lo mismo ocurría con los panes: los había de muchos tipos, y hubo que guiarse por la intuición. J. había pedido uno de tomate, que localizamos por el olor, y otro de patata que casi escogió al azar. Separados los montoncitos de cada uno, J. y L. se encontraron con el problema de cómo transportarlo todo: los dos llevaban bolsas insuficientes. Toda la escena transcurría, como digo, en un rincón angosto del pasillo de alguien...
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4 de octubre

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Durante todo el rato, S. [que tiene una niña de dos semanas] me pareció muy tranquila y segura respecto a la niña, y me dije que quizá se deba a la presencia de su madre. En efecto, ella misma habló de la "transmisión oral de conocimientos" que se estaba produciendo entre las dos generaciones. Añadió que, en España, este apoyo y esta transmisión son imprescindibles, mientras que aquí se quedan en optativos: cada niño (y cada madre) recibe la asistencia consitnua de una comadrona que va pasando por casa durante los tres primeros meses de vida.
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3 de octubre

Invertí la jornada de la Deutsche Einheit (unidad alemana) en un areflexión sobre mis ya cinco semanas en Berlín. Estoy en la mitad del camino...
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2 de octubre

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Necesitaba ir al servicio, de modo que entramos en el centro comercial que hay bajo al estación de S-Bahn de Alexanderplatz. Había mucha actividad... Y me imaginé una especie de trasvase masivo de personas, de los parques y los Flöhmärkte (mercadillos de segunda mano) a aquellos "templos del consumo"... De alguna manera, era como si el frío y el invierno impidieran (o dificultaran) las prácticas "resistentes" o "heterodoxas" con respecto al consumo de mercado convencional. Lo mismo ocurre, me dije, con las bicicletas: con elfrío dejan de ser el medio de transporte más agradable... Sin embargo, como se estaba demostrando este fin de semana, la gente sigue yendo a los parques, a los mercados y en bicicleta, aunque quizá de una forma menos masiva.
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1 de octubre

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También supimos que J. reúne mensualmente unos 400 euros, entre su trabajo en un bar y su nuevo puesto de profesor a tiempo parcial. Según contaba, con esa cantidad de dinero tiene suficietnte para vivir y pagar el alquiler. Le daba mucha importancia, por ejemplo, al hecho de que no ha de gastar dinero en transporte gracias a la bicicleta. También añadió que no se había comprado ropa desde que estaba en Berlín.
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30 de septiembre

Diría que nada especial que reseñar sobre el día de hoy: el último día de clase de alemán antes de dos semanas de "vacaciones de otoño", el día en que se me ha roto la llave del candado de la bici, el día en el que finalmente he comprobado que no nos funciona la línea de teléfono, el día en que va a llegar D.
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29 de septiembre

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G. me explicó a grandes rasgos el funcionamiento del Umsonstladen ("tienda gratis"). Las personas pueden coger lo que quieran, respetando la "drei-Teile-Regel": como máximo pueden llevarse tres cosas. De entrada, nadie les da indicaciones específicas, pero, si alguno de los responsables advierte que se están llevando demasiadas cosas, se les acerca y les explica que se trata de "priorizar las necesidades". Normalemnte, los visitantes no han de hacer nada especial para completar la "transacción": ¡evidentemente, no es necesario pasar por caja!. Basta con que cojan el objeto y se lo lleven, sin necesidad de dirigirse a nadie.
Por otro lado, el Umsonstladen recibe objetos de personas que los llevan hasta allí, en principio porque ya no los necesitan. Han de estar en buen estado y funcionar correctamente. G. me comentó que, a menudo, se encuentran con dificultades para explicar a alguien que el objeto que trae no va a ser útil para otras personas.
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28 de septiembre

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Cenamos a escasos centímetros de un granadino y su pareja. El chico nos dio conversación al oír que éramos españolas... Fue ese tipo de sociabilidad que al principio me cuesta de entender y que no siempre recibo de buen grado. Me di cuenta, sin embargo, de que en Liège nos pasábamos la vida en ese plan... Y aquí puedo hablar de cómo comparo la experiencia del erasmus con esta estancia de trabajo de campo. Pese a que aquí mi presencia requiere explicaciones más complicadas, y a que no puedo hacer uso de la etiqueta-comodín "erasmus", y casi ni siquiera la de "estudiante", siento en todo momento que lo que he venido a hacer tiene un valor y un interés q no necesita más justificación... No sé cómo explicarlo: aquí estoy más a gusto, me mimetizo más con el lugar, y no me da la sensación de estorbar el curso "normal" de las cosas, de los días. Dicho de otro modo, siento que mis interlocutores, desde los más casuales (la señora de la Bäckerei) hasta los más buscados (mis "informantes") están ante mí y participan o contribuyen en mayor o menor grado a mis objetivos. En Liège, sin embargo, yo formaba parte de un grupo desproporcionadamente grande de personas que vivíamos en un nivel paralelo al de la vida social "autóctona", pese a que, de vez en cuando, lográramos sacar la cabeza de aquella pecera...
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27 de septiembre

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El panorama dentro de la tienda era de lo más pintoresco. Había algunas personas sentadas en las sillas que se intercalaban entre lo que me pareció la mercancía que estaba a la venta: máquinas de coser antiguas, estanterías con vajilla, montones de ropa de cama, maletas, algún juguete... De cara al escaparate habían colocado algunos objetos "escogidos": lamparitas de mesilla y piezas de critalería. Me invitaron a sentarme entre ellos. Al principio sólo me daba conversación un chico joven: me explicó que era turco y que estaba parado, pero que durante tres meses tenía que trabajar allí. Luego, me dijo, "de vuelta al paro". También me preguntó si había muchos turcos en España. Me dijo que, según había oído, había muchos "extremistas de derechas" que atacaban a los inmigrantes. Había también una mujer oriental que guardaba silencio en un rincón, y un marroquí llamado Omar que, él sí, no tardó en presentarse y en traerme una cuartilla donde se explicaban los servicios que allí se ofrecían. Aguardé un rato más observando la escena y hablando con ellos intermitentemente. Una mujer turca, que, según me dijo, llevaba en Berlín treinta años, me estuvo enseñando las máquinas de coser. Le conté que mi abuela tenía una parecida, de las que funcionaban con pedal. Había otras personas, algunos con aspecto de "autóctonos", que entraban y salían de una especie de trastienda. Otros tomaban el sol en la acera, sentados en un bordillo. (...) Omar y el chico turco se disputaban el control sobre una mini-cadena en la que sonaban alternativamente una emisora de radio alemana y un cassette de música árabe.
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