5 de noviembre

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Continué caminando, con la bici en la mano, en un intento vano de ver un poco más allá de aquellos primeros edificios, visiblemente saneados, que rodeaban el Eastgate [un centro comercial en el barrio de Marzahn]. Me dije que aquella era sin duda la "cara lavada" del barrio, y pretendía echar un vistazo a un paisaje menos anómalo. Pero fue imposible: como pasa en las grandes cordilleras, detrás de cada bloque había otro que seguía impidiéndome tener una visión de conjunto. En todo caso, toda aquella zona parecía haber escapado a la presunta grisura socialista.
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4 de noviembre

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Pero, al ver que desde allí no tenía acceso a Alt Stralau, volví hasta la orilla del río y, pasando bajo un túnel, me encontré por fin dando un paseo agradabilísimo por una zona tranquila repleta de espacios vacíos. Los edificios nuevos, de formas algo atrevidas pero no demasiado altos, se alternaban con algunas casas más antiguas y con industrias y solares abandonados. Poco a poco, la franja de tierra se estrechaba, hasta que llegué a su extremo. Descubrí un parque otoñal digno de aquella visita "last minute"... ¡Si lo hubiera descubierto antes! Apenas se veía nadie en los alrededores: una pareja de personas mayores, una chica paseando un perro, un ciclista pedaleando muy despacio, como yo, para disfrutar mejor del momento. Tras acercarme a un Spielplatz con un artefacto que no supe identificar, me instalé en un banco de cara al agua y estuve escribiendo en el cuaderno de campo hasta que noviembre se hizo evidente y empecé a quedarme fría...
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3 de noviembre

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Y salí a un mediodía espléndido que casi logró acabar con mi dolor de cabeza. En primer lugar me quedé ensimismada contemplando un árbol gigantesco que presidía la entrada al edificio. Me sacó de ese ensimismamiento un señor mayor que me preguntó por una calle que no supe indicarle con mucha seguridad, pero que luego resultó estar allí mismo. Hizo un comentario sobre que "los berlineses no conocen su ciudad", pero no sé si se refería a mí (lo cual, bien mirado, sería muy halagador) o a sí mismo.
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2 de noviembre

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N. lleva once años en Berlín y parece que prevé quedarse. En una primera época estuvo sobreviviendo con muy poco dinero, y, por ese motivo, frecuentando los Voküs ["cocinas populares"]. No llegó a vivier en una casa ocupada, que por entonces eran numerosas, porque le daba miedo pasar frío en invierno. Pero frecuentó esos ambientes y participó en asambleas, fiestas y actividades varias. Durante algún tiempo estuvo incluso cocinando Vokü con sus compañeros de piso. Subraya que se lo pasaban en grande preparando platos españoles: tortilla de patatas, sangría... Compraban los productos, aunque por aquel entonces era más fácil que ahora conseguir lo que los supermercados iban a tirar. De ello se nutrían muchos Voküs, pero ellos en concreto optaron por la compra en grandes cantidades. Según dijo, el dinero que la gente obtenía no era para ellos, sino en general para la restauración o el mantenimiento de las casas. N. diferencia claramente entre varios "estilos" de casas ocupadas: aquellas donde primaba la fiesta y el consumo de drogas, y otras de orientación más política, casi sin término medio. Cuenta que los "latinos" como ella tenían a veces problemas de integración en estas últimas porque no dominaban el alemán y, al no entender bien, optaban por faltar a las asambleas, que eran muy frecuentes y servían para dirimir casi cualquier cosa.
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1 de noviembre

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Pero algo me decía que la historia iba a repetirse... como así fue finalmente: ni rastro de J. Y, por cierto, ni rastro tampoco de los chicos que revenden billetes de la BVG [la empresa de transportes urbanos]. Me convertí en una experta en los ritmos entrecortados de aquella estación, entretenida en observar a los transeúntes. Y entonces tuve conciencia de que era mi última semana en Berlín, el final de este otoño apacible, casi de cuento ilustrado. En el fondo, casi diría que no me importó el plantón. Me molestó, evidentemente, que se hubiera abusado así de mi tiempo, además con reincidencia, pero tampoco pude enfadarme en exceso con una persona a la que nunca había visto.
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30 de octubre

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La película propiamente ["Berlin, wie es war"] representaba bien el género de las "sinfonías urbanas" à la Vertov: Berlín despierta, despliega toda su actividad laboral y festiva, recorremos sus espacios urbanos y los parajes naturales que la rodean, y nos muestran después su vida nocturna en torno a la oferta cultural. Todo ello aderezado, como requería la época, con un énfasis en el maquinismo, en las innovaciones tecnológicas, la industria y los transportes, y en el valor del trabajo duro y bien hecho. Me quedé con una frase: "Berlin arbeitet hart. Berlin arbeitet gut. Berlin arbeitet gern" [Berlín trabaja duro. Berlín trabaja bien. Berlín trabaja a gusto].
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31 de octubre

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Además, aproveché para explorar un poco más el barrio de Kreuzberg, especialmente su zona limítrofe con Mitte. A priori parece un lugar interesante en le que los antiguos pobladores de un barrio marginal, muchos de ellos inmigrantes turcos, con la caída del muro, se encuentran de pronto viviendo junto a las boutiques céntricas de la Friedrichstrasse, con todos sus turistas y hombres de negocios. (...) En efecto, se mezcla allí un ambiente de barrio, con grandes bloques de viviendas e infraestructuras como colegios, clubs juveniles o Spielplätze (zonas de columpios), con la presencia de grupos de visitantes que, procedentes del centro, se aventuran en Kreuzberg en busca de estampas "multiculturales" que fotografiar.

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28 de octubre

El viernes fue el día de mi retorno a la clase de Grundstufe (nivel básico) en Frankfurter Allee. Me presenté a primera hora tal como me había indicado I., quien me alargó la lista de asistencia para "hacer trampas" con las firmas, y también un certificado de aprovechamiento del curso (!). A. me recibió con alegría y me informó de las fechas de posibles exámenes de Grundstufe: todas después de mi marcha. Y decidí quedarme toda la mañana repasando otro tema de gramática y practicando algo la expresión oral. Es curioso cómo ahora, tras dos meses y unas semanas de clase en un nivel (excesivamente) superior, me intimidaba mucho menos la fluidez con la que hablaban algunos de los compañeros. En el descanso estuve hablando con S., la chica de Florida, sin duda una persona interesante con la que no he llegado a estrechar lazos.
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29 de octubre

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A las ocho de la mañana llegaba G. desde Zürich. Quedé con él y con su amigo A. (estudiante de Etnología en la Freie Universität y muy sorprendido de que se pueda hacer trabajo de campo en Berlín) en Kreuzberg, concretamente en el Café Morgenland, donde se ofrece un "brunch"-buffet por nueve euros. Un precio poco propio del Berlín que yo conozco, pero indudablemente barato para los estándares suizos... Estrené por tanto el día encaminándome casi en ayunas hacia Kreuzberg. Recorrí una Grünbergerstrasse soñolienta de camino al U-Bahn. Ya en el Morgenland, el ambiente estaba animado: diría que no había ninguna mesa libre...
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27 de octubre

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Curiosamente, Frau J. se interesa por mi doctorado y por lo que tengo previsto hacer después. En concreto, por qué tema voy a elegir para seguir investigando. Luego descubro que también tiene una hija investigadora (en Biología) que vive y trabaja en Inglaterra. En principio iba a ser ella quien hiciera de intérprete en la entrevista (Frau B. me había comentado algo en ese sentido), pero al parecer la hija ha declarado que «quien viene a investigar a Alemania debe hablar alemán». Evidentemente, me ahorro opinar sobre el tema, pero me parece un argumento un poco autoritario...
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26 de octubre

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Salí de casa con la bici para llegar a la Ostbahnhof sobre las ocho, con tiempo para comprar el billete. Pedaleando algo ahogada por una calle cercana a la Strasse der Pariser Kommune tuve mi primer encuentro con un "Polizist" que seguramente iba hacia la comisaría cercana (un edificio algo tenebroso que invita a viajar al pasado). El caso es que el señor, tras pararme con el gesto reglamentario y desearme "guten Morgen", me indicó que no estaba bien eso de circular por la acera. No se me ocurrió más que darle las gracias (!) y obedecer como un corderito... ¡qué remedio!
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