1 de noviembre

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Pero algo me decía que la historia iba a repetirse... como así fue finalmente: ni rastro de J. Y, por cierto, ni rastro tampoco de los chicos que revenden billetes de la BVG [la empresa de transportes urbanos]. Me convertí en una experta en los ritmos entrecortados de aquella estación, entretenida en observar a los transeúntes. Y entonces tuve conciencia de que era mi última semana en Berlín, el final de este otoño apacible, casi de cuento ilustrado. En el fondo, casi diría que no me importó el plantón. Me molestó, evidentemente, que se hubiera abusado así de mi tiempo, además con reincidencia, pero tampoco pude enfadarme en exceso con una persona a la que nunca había visto.
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