"Bienvenido, Mr. Kaita"
Hace unos días pillé al vuelo un documental muy interesante que parecía estar hecho para ilustrar las cosas que estoy escribiendo en la tesina. ¡Y no es que el escenario se pareciera demasiado a Berlín!
Me explico: toda la historia podía contemplarse desde al menos dos puntos de vista. El primero, más obvio, aparece en todas las reseñas del documental que he encontrado por la red: el "problema" de la inmigración, el "subdesarrollo" de los países africanos, la "atracción irresistible" que los jóvenes sienten hacia Europa, la "integración" de los inmigrantes en el lugar de "acogida", las dialécticas que todo esto produce entre la "cultura africana" y la occidental... ¡Demasiadas comillas en todo esto!
Pero el aspecto que más me interesó fue la historia puramente material de una familia gambiana instalada en Cataluña que visita su país tras muchos años de ausencia. Uno de ellos va a casarse con una joven de allí. El documental retrata perfectamente todas las obligaciones que el viaje y la boda les imponen: obligaciones, sobre todo, relacionadas con los regalos, en un sentido de lo más maussiano. De su nuevo estatus dentro del grupo de parentesco se derivan nuevas responsabilidades que llegan a abrumarles. Todos en la familia les exigen algo: dinero, materiales de construcción, ayuda para emigrar... Les repiten machaconamente el argumento de que se deben a la comunidad de la que proceden, que no pueden salir adelante sin su apoyo.
La película presta una atención poco habitual a las ambigüedades y a los matices que introduce cada persona a la hora de enfrentarse con las demandas de la familia. Los dos hermanos tienen actitudes distintas hacia el envío de remesas y de regalos. Uno se resiste, el otro parece sentir más la obligación. Pero que sienta la obligación no significa que esté conforme: no olvida cuánto le cuesta ganar el dinero con el que está pagando tantos regalos...
En definitiva, en "Bienvenido Mr. Kaita" (dir. Albert Albacete) encontramos la versión menos voluntarista del don: la de la reciprocidad impuesta, la de la redistribución obligatoria, el control social que impide a las personas alcanzar un bienestar material demasiado por encima del de sus familiares. Una moralidad muy distinta de la del capitalismo individualista, por mucho que, también en Gambia, las cosas se compren con dinero.