adiós a Ostkreuz

Pasando bajo un túnel, llegué al lado de Ostkreuz y entré en la estación con intención de atravesar hasta la Simplonstrasse. Al acceder al pequeño vestíbulo con el Asian Imbiss [establecimiento de comida rápida], pensé que quizá no volvería a ver la estación en aquellas condiciones. Puse especial atención en el trajín de pasajeros y en el guirigay de vías y andenes. Las excavadoras ya habían eliminado algunos montículos que hasta entonces habían ejercido de barreras visuales. Se desvelaban así algunos de los misterios que la estación había ocultado desde siempre a los viajeros desorientados.



Vista así, desde uno de sus paso elevados, Ostkreuz parecía más bien una especie de terrario por el que atravesaban las lombrices rojas y amarillas de los trenes. Algo más allá, junto al puesto de salchichas, el caserón fantasmagórico revelaba las miserias de su tejado ruinosos, y los barracones sobre cuyas paredes se apoyaban cientos de bicicletas parecían asumir que tenían los días contados. Este fue mi penúltimo paso por Ostkreuz antes del regreso. Puede que en verano ya no se parezca demasiado a lo que acabo de describir.

[Berlín, marzo de 2007]

en Rummelsburg


Mi idea era pasear hacia el extremo de la península de Alt Stralau, pero, justo al inicio, me crucé con un chico cámara en mano que me dio una idea: ir a hacer fotos de la antigua planta embotelladora con aquella torre característica. Me interné así por el descampado y estuve un buen rato observando el edificio y sus alrededores.

En algunas partes se distinguían operarios ocupados en no sé qué tareas, y por el descampado cruzaban continuamente paseantes con perros y practicantes de jogging. Pensé que era aquel un descampado enorme pero nada desangelado: ni basuras ni rincones tenebrosos en aquella mañana luminosa de entre semana.

Seguí entonces por detrás de Ostkreuz hacia el Rummelsburger See [una bahía formada en un lugar donde el río Spree divaga hasta convertirse en un lago]. Pensé en aprovechar para ir a ver la Paul-und-Paula-Ufer [la "orilla de Pablo y Paula"] que tantas veces había visto en el mapa. Me interné en una especie de bosquecillo y me di una buena sesión de fotos en los embarcaderos.

Al otro lado del Rummelsburger See se veía la fábrica enorme y humeante que hay en Lichtenberg, frente al extremo más bucólico de la península de Alt Stralau. Junto a ella, la vista alcanzaba las construcciones modernas que pueblan toda esa orilla interior. Más aquí destacaba la fábrica embotelladora y unos cuantos troncos de amarre que emergían del agua. Contrastes...


La Pau-und-Paula-Ufer, algo desangelada pero con rastros del ocio veraniego (un cobertizo para las barcas, bancos, una pista de tenis) , desembocaba en la zona recientemente urbanizada a la orilla del lago. El paseante topaba antes que nada con un panel explicativo sobre el apoyo europeo a aquel proyecto urbanístico. En él se describían las tareas de depuración del lago que habían sido necesarias para mejorar las condiciones de sus orillas. Al parecer, la actuación se había realizado en el marco de una candidatura para una exposición internacional. Todo bajo el título Wohnen am Wasser ["vivir junto al agua"].

Continué mi camino por el paseo aséptico y de hormigón que transcurría entre la orilla y las nuevas contrucciones. Pensé que aquella estampa era poco berlinesa, tan reluciente como una plaza dura de las que tanto triunfan últimamente en otras latitudes. Junto a mí paseaba una pareja que, según me pareció, venía desde lejos. También había alguna madre con cochecito y, más allá, otra pareja mayor. Me pareció que algunos de ellos recorrían el lugar por curiosidad y otros por rutina mañanera. Los edificios eran de color rojizo y tenían cuatro o cinco alturas. Por detrás daban a unos jardines semiabiertos trazados sobre una especie de gradas. Todo allí apuntaba a experimento arquitectónico y a viviendas futuristas. Tras los edificios rojizos había una guardería en un edificio con forma de barco. O los niños estaban muy callados, o el establecimiento tenía poca clientela...

Me adentré entonces hacia la izquierda y descubrí una zona recién urbanizada, con calles de nombre femenino y construcciones de autor, ya peligrosamente densas. El lugar tenía una intimidad de grandes cristaleras que permitían ver los objetos que poblaban las cocinas, los salores, las escaleras... Algunas casas tenían algo de jardín, y en este solía haber un cobertizo que componía un contraste absurdo con la casa. También observé algún caserón antiguo rehabilitado, de un ladrillo que evocaba las construcciones industriales, y no pocos edificios y solares en construcción. Ante estos abundaban los paneles que describían las futuras viviendas y las calificaban de "exclusivas" o cosas similares.

Cuando se me juntaron el frío, el cansancio y el hambre, decidí emprender el regreso. Anduve hasta la avenida que enlaza Lichtenberg con Friedrichshain a través de Ostkreuz. El ruido y el tráfico eran considerables, agravados por el paso de bastantes camiones. De lo más anómalo en Berlín. Anduve un rato por aquella acera algo desagradable, estremecida por un viento de marzo, y llegué por fin al límite del barrio. Terreno conocido.

en Stralau


Estuve paseando hacia Stralau, recorriendo la Corinthstrasse hasta Markgrafendamm. Entré en el "Plus", único supermercado de la zona. Me proponía comprar un par de cosas para el Kaffe und Kuchen [café y pastel] del domingo. Pude comprobar las diferencias entre la clientela de aquel supermercado y la de cualquiera de los que hay simplemente al otro lado del puente Modersohn: reinaba el silencio, no se veían familias ni parejas, únicamente persona mayores y algún joven con el ineludible peto de trabajo. Me llamó la atención también, ya en la caja, que la gente no llevaba demasiados productos: apenas dos o tres cosas cada uno, como para solucionar una sola comida o para surtir una cocina de persona sola. La galería comercial que rodea el establecimiento, que apenas aloja un kiosko y una floristería, mostraba también muy poca animación. De todos modos, me dije, habría que ver cómo es el ambiente en momentos más típicamente compradores, como la tarde del viernes o la mañana del sábado. Los clientes que vi, sobre todo los mayores, parecían conocer a la cajera, y me pareció que la saludaban con un schönes Wochenende [feliz fin de semana] especialmente efusivo.

favores


Los últimos días de mi penúltima estancia en Berlín dediqué mucho tiempo y energía a devolver los documentos que mucha gente me había prestado. Quien más se me resistió fue A., con quien estuvimos poco menos que jugando al escondite hasta que, por fin, me ofreció la posibilidad de dejar su archivo en la tienda de prensa que hay debajo de su casa. Así lo hice, observando otra vez esta práctica relativamente habitual de la solidaridad vecinal -con un toque de interés, por supuesto- entre los kioskos y los inquilinos del edificio. Ya me había parecido observar el fenómeno, por ejemplo, en el dedificio de M. y P., o también aquella vez en que un vendedor de Kreuzberg creyó que iba a recoger un envío cuando yo sólo pretendía comprar saldo para el móvil. En un lugar donde la compra por correo es tan frecuente, a menudo me ha tocado también recoger paquetes de los vecinos, y yo misma me he apuntado al carro cada vez que me ha entrado una fiebre compradora de libros. En general me interesa y me gusta ese clima de confianza, de despreocupación, de favores mutuos y obligación abstracta entre casi desconocidos. Hay una especie de imperativo moral superior que la gente da por descontado en sus vecinos, y los carteros en los vecinos de los destinatarios del correo. Y, quizá también porque no falta tanto el espacio en las casas, nadie se para a pensar en el engorro que supone tener en casa una caja ajena durante unas horas... o incluso un paquete "sospechoso". ¡Qué diferencia con la paranoia que está provocando la erradicación de las papeleras públicas en muchos lugares del Reino Unido, como me contaba D.!

¿gentrificación?

Se las trae, la palabreja, pero eso no ha evitado que vaya flotando en ríos de tinta desde hace unos años. Empezaron los anglosajones en el ámbito de la Geografía urbana, y se ha propagado al alemán, al francés... Descubro también que la wikipedia en español nos redirecciona al término "aburguesamiento" como sinónimo preferido por los articulistas. Otros dicen "elitización". Al fin y al cabo, lo de gentri- tenía que ver con gentry, la clase de los hidalgos, los burgueses, los aristócratas de poca monta, los distinguidos en definitiva. Así que como quieran...


Anyway. El caso es que nos hallamos ante una palabra peligrosa. No ya desde el punto de vista académico, por lo resbaladizo, vago, tautológico del concepto. No porque, en muchos casos, sirva lo mismo para un roto que para un descosido. No porque se aplique, forzando a veces la máquina, lo mismo a un barrio de Nueva York que de Londres que de Barcelona. Tampoco me refiero al peligro lingüístico que para el lustre de la lengua pueda entrañar un neologismo pasajero. Nada de eso...


Este agosto hará un año que la palabra "gentrificación" se reveló como peligrosa en un sentido insospechado. Andrej Holm, sociólogo urbano berlinés, fue encarcelado por utilizarla. Porque supuestamente un grupo terrorista (modosamente denominado "Grupo Militante") se inspiraba en los escritos del sociólogo, salpicados de la palabra en cuestión, para tramar sus fechorías. Y luego iban y escribían imprudentemente la palabreja en sus papeles y panfletos, dejando a Andrej en evidencia. Elemental...


Sobre Andrej, profesor de la Goethe-Universität de Frankfurt-am-Main, colaborador de la revista MieterEcho, implicado en luchas vecinales desde la unificación de Berlín, se ha escrito también mucho y se le han enviado muchos apoyos. Especialmente interesante es el blog de su compañera, que narra el día a día de una familia acosada por el aparato policial y judicial. O este vídeo sobre el mismo tema:



polylog Terror ueberwachung @ http://www.polylog.tv/videothek/



Pero ahora, casi un año después, Andrej se ha decidido finalmente a escribir su propio blog, y lo ha titulado como debía titularlo: Gentrification Blog. Sólo está en alemán, pero de todos modos quería presentarlo aquí por si alguien se anima a visitarlo:





Nada más, únicamente... Viel Glück Andrej!

Parole, parole, parole

Acabo de descubrir un invento sorprendente. Resulta que en Wordle es posible encargar una representación gráfica de las palabras que aparecen en un texto cualquiera. El tamaño de cada palabra se establece en función de la frecuencia de su aparición.

Mi primer impulso ha sido hacer el experimento con el primer párrafo de un capítulo de la tesis que estoy intentando ultimar estos días. Y sí, las palabras más grandotas han sido "Friedrichshain" y "vivienda", así que todo en orden de momento... ¡Menos mal!

El invento también se puede aplicar a blogs y páginas web. Lo que sigue es la representación de estos "diarios de campo más aquí de Melanesia" a fecha de hoy:

(como de costumbre, un doble clic sobre la imagen mejora un montón su nitidez)