Mi idea era pasear hacia el extremo de la península de Alt Stralau, pero, justo al inicio, me crucé con un chico cámara en mano que me dio una idea: ir a hacer fotos de la antigua planta embotelladora con aquella torre característica. Me interné así por el descampado y estuve un buen rato observando el edificio y sus alrededores.
En algunas partes se distinguían operarios ocupados en no sé qué tareas, y por el descampado cruzaban continuamente paseantes con perros y practicantes de jogging. Pensé que era aquel un descampado enorme pero nada desangelado: ni basuras ni rincones tenebrosos en aquella mañana luminosa de entre semana.
Seguí entonces por detrás de Ostkreuz hacia el Rummelsburger See [una bahía formada en un lugar donde el río Spree divaga hasta convertirse en un lago]. Pensé en aprovechar para ir a ver la Paul-und-Paula-Ufer [la "orilla de Pablo y Paula"] que tantas veces había visto en el mapa. Me interné en una especie de bosquecillo y me di una buena sesión de fotos en los embarcaderos.
Al otro lado del Rummelsburger See se veía la fábrica enorme y humeante que hay en Lichtenberg, frente al extremo más bucólico de la península de Alt Stralau. Junto a ella, la vista alcanzaba las construcciones modernas que pueblan toda esa orilla interior. Más aquí destacaba la fábrica embotelladora y unos cuantos troncos de amarre que emergían del agua. Contrastes...
La Pau-und-Paula-Ufer, algo desangelada pero con rastros del ocio veraniego (un cobertizo para las barcas, bancos, una pista de tenis) , desembocaba en la zona recientemente urbanizada a la orilla del lago. El paseante topaba antes que nada con un panel explicativo sobre el apoyo europeo a aquel proyecto urbanístico. En él se describían las tareas de depuración del lago que habían sido necesarias para mejorar las condiciones de sus orillas. Al parecer, la actuación se había realizado en el marco de una candidatura para una exposición internacional. Todo bajo el título Wohnen am Wasser ["vivir junto al agua"].
Continué mi camino por el paseo aséptico y de hormigón que transcurría entre la orilla y las nuevas contrucciones. Pensé que aquella estampa era poco berlinesa, tan reluciente como una plaza dura de las que tanto triunfan últimamente en otras latitudes. Junto a mí paseaba una pareja que, según me pareció, venía desde lejos. También había alguna madre con cochecito y, más allá, otra pareja mayor. Me pareció que algunos de ellos recorrían el lugar por curiosidad y otros por rutina mañanera. Los edificios eran de color rojizo y tenían cuatro o cinco alturas. Por detrás daban a unos jardines semiabiertos trazados sobre una especie de gradas. Todo allí apuntaba a experimento arquitectónico y a viviendas futuristas. Tras los edificios rojizos había una guardería en un edificio con forma de barco. O los niños estaban muy callados, o el establecimiento tenía poca clientela...
Me adentré entonces hacia la izquierda y descubrí una zona recién urbanizada, con calles de nombre femenino y construcciones de autor, ya peligrosamente densas. El lugar tenía una intimidad de grandes cristaleras que permitían ver los objetos que poblaban las cocinas, los salores, las escaleras... Algunas casas tenían algo de jardín, y en este solía haber un cobertizo que componía un contraste absurdo con la casa. También observé algún caserón antiguo rehabilitado, de un ladrillo que evocaba las construcciones industriales, y no pocos edificios y solares en construcción. Ante estos abundaban los paneles que describían las futuras viviendas y las calificaban de "exclusivas" o cosas similares.
Cuando se me juntaron el frío, el cansancio y el hambre, decidí emprender el regreso. Anduve hasta la avenida que enlaza Lichtenberg con Friedrichshain a través de Ostkreuz. El ruido y el tráfico eran considerables, agravados por el paso de bastantes camiones. De lo más anómalo en Berlín. Anduve un rato por aquella acera algo desagradable, estremecida por un viento de marzo, y llegué por fin al límite del barrio. Terreno conocido.