favores


Los últimos días de mi penúltima estancia en Berlín dediqué mucho tiempo y energía a devolver los documentos que mucha gente me había prestado. Quien más se me resistió fue A., con quien estuvimos poco menos que jugando al escondite hasta que, por fin, me ofreció la posibilidad de dejar su archivo en la tienda de prensa que hay debajo de su casa. Así lo hice, observando otra vez esta práctica relativamente habitual de la solidaridad vecinal -con un toque de interés, por supuesto- entre los kioskos y los inquilinos del edificio. Ya me había parecido observar el fenómeno, por ejemplo, en el dedificio de M. y P., o también aquella vez en que un vendedor de Kreuzberg creyó que iba a recoger un envío cuando yo sólo pretendía comprar saldo para el móvil. En un lugar donde la compra por correo es tan frecuente, a menudo me ha tocado también recoger paquetes de los vecinos, y yo misma me he apuntado al carro cada vez que me ha entrado una fiebre compradora de libros. En general me interesa y me gusta ese clima de confianza, de despreocupación, de favores mutuos y obligación abstracta entre casi desconocidos. Hay una especie de imperativo moral superior que la gente da por descontado en sus vecinos, y los carteros en los vecinos de los destinatarios del correo. Y, quizá también porque no falta tanto el espacio en las casas, nadie se para a pensar en el engorro que supone tener en casa una caja ajena durante unas horas... o incluso un paquete "sospechoso". ¡Qué diferencia con la paranoia que está provocando la erradicación de las papeleras públicas en muchos lugares del Reino Unido, como me contaba D.!

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