de tejados y azoteas


Durante el largo rato que estuvimos allá arriba, varios vecinos subieron también para hacer uso de la azotea. Al llegar había una chica tomando el sol y hablando por teléfono que enseguida nos hizo sitio en los bancos. Luego subieron nuestros vecinos de rellano, quienes, al cabo de un momento, aparecieron como por arte de magia en el tejado de una casa vecina, desde donde observaban la puesta de sol. Lo mismo hicieron otras personas que iban emergiendo por la puerta de la otra escalera. De nuevo me pareció que a los berlineses les daban bien poco respeto las alturas: sea por Nochevieja o en un atardecer cualquiera de marzo, no dudan en saltar las barandillas de una azotea moderna, si es que la tienen, y aventurarse por los tejados ajenos. Cierto es que, en aquella ocasión, la tarde invitaba a ello: en pocos minutos, asistimos a un atardecer de bola de fuego que, junto con la buena compañía, me reconcilió en buena medida con la casa en la que había vivido siete meses de invierno oscuro.

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