en una reunión de ancianas



Aparecieron sobre la mesa varios juegos de cartas y una curiosa máquina para barajar automáticamente. La Jugadora organizó rápidamente el cotarro: las señoras se reagruparon según las preferencias, y yo me uní al grupod e las cartas sin saber que las demás iban a jugar al "Scrabble", mucho más propicio para la conversación. La Señora del Té Inacabado, que se iba animando a hablarme más, me nombró varios juegos para ver si los conocía, y al final acordaron jugar a una especie de rabino francés que ellas llamaban "Rami". Entender las reglas que me resultaban desconocidas fue un proceso curioso de ensayo-error teledirigido por La Jugadora, quien, a través de La Señora del Té, me corregía los errores a la velocidad de la luz. La Cuarta Participante tenía un papel visiblemente secundario, y recibía las descalificaciones de La Jugadora cada vez que se equivocaba. En contraste con el silencio que había casi todo el tiempo entre nosotras, oíamos a las señoras del "Scrabble" charlando animadamente. Y La Señora Hiperactiva, que había preferido mirar y darse paseos por la sala en lugar de jugar, estaba atenta al final de cada partida y se encargaba de barajar las cartas.

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