Kyrill visita un Wagenburg
El jueves 18, cuando tenía prevista una visita a J. en el Wagenburg [descampado donde se instalan caravanas] donde vive, se declaró el estado de alerta por el huracán Kyrill. Los colegios cerraron a mediodía y, cuando me dirigí a casa de J. a esa misma hora, la encontré subida en lo alto de su caravana intentando sujetar los elementos sueltos y protegerse así del viento. Junto a ella trajinaba otra mujer, probablemente vecina. El Wagenburg ofrecía un aspecto poco acogedor bajo la lluvia, con el acceso totalmente embarrado.
Viendo lo atareada que estaba J., me apresuré a proponerle que lo dejáramos para otro día. Ella accedió y se disculpó repetidamente. Me pareció que verdaderamente tenía ganas de hablar conmigo.
Cuando salí del Wagenburg vi que tenía los pies empapados y llenos de barro. Y pensé que aquello, la vulnerabilidad ante los elementos, podía ser uno de los inconvenientes más inmediatamente perceptibles de vivir en un lugar así, aunque se intuyan también otras dificultades más sutiles. Durante los pocos minutos transcurridos, me había sentido algo discordante con mi paraguas en medio del barrizal, recién llegada de mi casa confortable, mientras las dos mujeres, empapadas, intentaban proteger sus caravanas del temporal.
Cuando salí del Wagenburg vi que tenía los pies empapados y llenos de barro. Y pensé que aquello, la vulnerabilidad ante los elementos, podía ser uno de los inconvenientes más inmediatamente perceptibles de vivir en un lugar así, aunque se intuyan también otras dificultades más sutiles. Durante los pocos minutos transcurridos, me había sentido algo discordante con mi paraguas en medio del barrizal, recién llegada de mi casa confortable, mientras las dos mujeres, empapadas, intentaban proteger sus caravanas del temporal.
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