13 de septiembre

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Cuando estaba ya más allá de mis "conquistas" más lejanas hasta la fecha, advertí un cierto aumento de la proporción de turistas en el paisaje. En efecto, debía de estar cerca de Mitte o del Museo Judío. De algo, en definitiva, que interesaba a más gente de la que vive allí habitualmente. Iba pensando sobre el tema: es como si algunas zonas de la ciudad fueran más "íntimas", en el sentido de que quienes las frecuentan tienen un interés específico por el lugar, se identifican con aquello de un modo u otro: viven allí, llevan a sus hijos a aquella escuela, visitan a un familiar o van camino de su trabajo. Sin embargo, las "grietas" por las que se cuelan (nos colamos) los turistas vienen a convertir esa intimidad en un objeto de contemplación. Aunque también es cierto que, muy probablemente, hay turistas -y no turistas- que son capaces de mirar sólo las piedras e ignorar a quienes viven entre ellas, a no ser que estos vengan a venderles un souvenir o se presten a hacerles una fotografía de grupo.
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Atravesé una zona residencial, en torno a la Martin-Luther-Strasse. Pensé que aquellos pequeños bloques de pisos, pintados de colores, no tenían un aspecto tan diferente de las "Mietkaserne" reformadas y coloridas de Friedrichshain. Me pregunté si, como tantas personas me habían dicho ya, aquella gente que se cruzaba conmigo por la calle seguían siendo ese tipo de "población alternativa" que se había sentido atraída por una ciudad aislada y al mismo tiempo tan libre. ¿Serían también "alternativos" los hijos de los "alternativos" que vinieron? ¿Durante cuánto tiempo continuaría Berlín siendo excepcional, en la realidad y en los discursos que intentan aprehenderla? Realidad y discurso, ¿quedarán en algún momento desfasados? ¿Acaso no podrían estarlo ya a estas alturas, ahora que los "squatters" se han convertido en arrendatarios o en propietarios, y que las subvenciones al Berlín occidental son ya casi cosa del pasado?
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